No había concluido, cuando oyóse el violento ladrar de un perro y después una voz de hombre, que dijo:
-¡Choto, Choto, ven aquí!
-¡Eh! -gritó el viajero-. ¡Buen amigo, muchacho de todos los demonios, o lo que quiera que seas, sujeta pronto ese perro, que yo soy hombre de paz! -¡Choto, Choto!
Vio Golfín que se le acercaba un perro negro y grande; mas el animal, después de gruñir junto a él, retrocedió, llamado por su amo. En tal punto y momento el viajero pudo distinguir una figura, un hombre que inmóvil y sin expresión, cual muñeco de piedra, estaba en pie a distancia como de diez varas, más abajo de él, en una vereda transversal que aparecía irregularmente trazada por todo lo largo del talud. Este sendero y la humana figura detenida en él llamaron vivamente la atención de Golfín, que, dirigiendo gozosa mirada al cielo, exclamó:
-¡Gracias a Dios! Al fin sale esa loca. Ya podemos saber dónde estamos. No sospechaba yo que tan cerca de mí existiera esta senda. ¡Pero sí es un camino! ... ¡Hola amiguito!, ¿puede usted decirme si estoy en Socartes?
-Sí, señor; éstas Son las minas, aunque estamos un poco lejos del establecimiento.
La voz que esto decía era juvenil y agradable, y resonaba con las simpáticas inflexiones que indican una disposición a prestar servicios con buena voluntad y cortesía. Mucho gustó al doctor oírla, y más aún observar fa dulce claridad que, difundiéndose por los espacios antes oscuros, hacía revivir cielo y tierra, cual si los sacara de la nada.
-Fiat lux-dijo, descendiendo-Me parece que acabo de salir del caos primitivo. Ya estamos en la realidad... Bien, amiguito: doy a usted las gracias por las noticias que me ha dado y las que aún ha de darme... Salí de Villamojada al ponerse el sol. Dijéronme que adelante, siempre adelante.
-¿Va usted al establecimiento?-preguntó el misterioso joven, permaneciendo inmóvil y rígido, sin mirar al doctor, que ya estaba cerca.
-Sí, señor; pero sin duda equivoqué el camino.
-Esta no es la entrada de las minas. La entrada es por la pasadera de Rabagones, donde están el camino y el ferrocarril en construcción. Por allá hubiera usted llegado en diez minutos al establecimiento. Por aquí tardaremos más, porque hay bastante distancia y muy mal camino. Estamos en la última zona de explotación, y hemos de atravesar algunas galerías y túneles, bajar escaleras, pasar trincheras, remontar taludes, descender el plano inclinado; en fin, recorrer todas las minas Socartes desde un extremo, que es éste, hasta el otro extremo, donde están los talleres, los hornos, las máquinas, el laboratorio y las oficinas.
-Pues a fe mía que ha sido floja mi equivocación-dijo Golfín, riendo.
-Yo le guiaré a usted con mucho gusto, porque conozco estos sitios perfectamente.
Golfín, hundiendo los pies en la tierra, resbalando aquí y bailoteando más allá, tocó al fin el benéfico suelo de la vereda, y su primera acción fue examinar al bondadoso joven. Breve rato permaneció el doctor dominado por la sorpresa.
-Usted... -murmuró.