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"¡Bonita situación!-exclamó, sonriendo y buscan do en su buen humor lenitivo a la enojosa contrariedad-. ¿En dónde estás, querido Golfín? Esto parece un abismo. ¿Ves algo allá abajo? Nada, absolutamente nada...; pero el césped ha desaparecido, el terreno está removido. Todo es aquí pedrusco y tierra sin vegetación, teñida por el óxido de hierro... Sin duda estoy en las minas..; pero ni alma viviente, ni chimeneas humeantes, ni ruido, ni un tren que murmure a lo lejos, ni siquiera un perro que ladre... ¿Qué haré? Hay por aquí una vereda que vuelve a subir. ¿Seguiréla? ¿Desandaré lo andado?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo! O yo dejo de ser quien soy, o llegaré esta noche a las minas de Socartes y abrazaré a mi querido hermano. Adelante, siempre adelante."

Dio un paso, y hundióse en la frágil tierra movediza.

"¿Esas tenemos, señor planeta? ... ¿Conque quiere usted tragarme? ... Si ese holgazán satélite quisiera alumbrar un poco, ya nos veríamos las caras usted y yo... Y a fe que por aquí abajo no hemos de ir a ningún paraíso. Parece esto el cráter de un volcán apagado... Hay que andar suavemente por tan delicioso precipicio. ¿Qué es esto? ¡Ah!, una piedra. Magnífico asiento para echar un cigarro esperando a que salga la luna"

El discreto Golfín se sentó tranquilamente, como podría haberlo hecho en el banco de un paseo; y ya se disponía a fumar, cundo sintió una voz... Si indudablemente era una voz humana que lejos sonaba, un quejido patético, mejor dicho, melancólico canto, formado de una sola frase, cuya última cadencia se prolongaba apianándose en la forma que los músicos llaman morendo, y que se apagaba al fin en el plácido silencio de la noche, sin que el oído pudiera apreciar su vibración postrera.

"Vamos - dijo el viajero, lleno de gozo-, humanidad tenemos. Ese es el canto de una muchacha; sí, es voz de mujer, y voz preciosísima. Me gusta la música popular de este país. Ahora calla... Oigamos, que pronto ha de volver a empezar... Ya, ya suena otra vez. ¡Qué voz tan bella, qué melodía tan conmovedora! Creeríase que sale de las profundidades de la tierra, y que el señor de Golfín, el hombre más serio y menos supersticioso del mundo, va a andar en tratos ahora con los silfos, ondinas, gnomos, hadas y toda la chusma emparentada con la loca de la casa... ; pero si no me engaña el oído, la voz se aleja... La graciosa cantadora se va. ¡Eh, niña aguarda, detén el paso!"

La voz que durante breve rato había regalado con encantadora música el oído del hombre extraviado se iba perdiendo en la inmensidad tenebrosa, y a los gritos de Golfín, el canto extinguirse por completo. Sin duda la misteriosa entidad gnómica que entretenía su soledad subterránea cantando tristes amores se había asustado de la brusca irrupción del hombre, huyendo a las hondas entrañas de la tierra, donde moran, avaras de sus propios fulgores, las piedras preciosas.

"Esta es una situación divina - murmuró Golfín considerando que no podía hacer mejor cosa que dar lumbre a su cigarro-. No hay mal que cien años dure. Aguardemos fumando. Me he lucido con querer venir solo y a pie a las minas. Mi equipaje habrá llegado primero, lo que prueba de un modo irrebatible las ventajas del adelante, siempre adelante".

Movióse entonces ligero vientecillo, y Teodoro creyó sentir pasos lejanos en el fondo de aquel desconocido o supuesto abismo que ante sí tenía. Puso atención, y no tardó en adquirir la certeza de que alguien andaba por allí. Levantándose gritó:-

-¡Muchacha, hombre o quienquiera que seas!, ¿se puede ir por aquí a las minas de Socartes?

 
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