-Todos, y el hecho de que no lo sean es un poderoso argumento contra nuestro detective, pues todo criminal, puede usted asegurarlo, obra bajo el impulso de la necesidad, y en eso está la posibilidad de su derrota. Usted podrá argüirme que un ladrón experto traza anticipadamente sus planes, y una vez que premedita su crimen, debería estar en aptitudes de tomar las precauciones necesarias para no dejar detrás de sí indicios reveladores. Y sin embargo, eso sucede rara vez, porque con frecuencia, si no siempre, ocurre algo inesperado para lo que el ladrón no está preparado. Entonces ve la prisión abierta para recibirlo, y el miedo, sobreponiéndose a la prudencia, le hace dejar algún indicio detrás de sí.
-Pero, al decir que ocurre algo inesperado, admite usted la posibilidad de que suceda lo que pudo no ser previsto y contra lo cual, por consiguiente, no había que tomar precauciones.
-Eso es cierto en el hecho; pero suprima usted la necesidad que impulsa, a nuestro criminal y convierta usted a éste sencillamente en un hombre de ciencia que ejecuta un crimen como una obra de arte. Entonces tendremos a un individuo que, en primer lugar se prepara a sufrir mayor número de accidentes, y, en segundo, sabrá afrontar mejor las dificultades que surgirán durante la ejecución de su crimen. Yo, por ejemplo, si cometiera un crimen, sabría evitar que me sorprendiesen.
-Me parece que con la inexperiencia de usted, en el crimen lo aprehenderían más o menos tan pronto como a Pettingill, cuyo primer crimen ha sido éste, como usted sabe.
-¿Querría usted apostar?
Esta última frase hizo estremecer a Mr. Barnes, quien comprendió inmediatamente su significación: el otro interlocutor, en cambio, no comprendió todo su alcance. Barnes esperó ansiosamente la respuesta.
-No comprendo bien la idea de usted. ¿ Sobre qué apostaríamos?
-Usted ha dicho que si yo cometiera un crimen, me prenderían casi tan pronto como a Pettingill. Si usted quiere, le apuesto que puedo cometer un crimen de que se hablará tanto como del de Pettingill y no me prenderán, o mejor dicho, no me condenarán. No apuesto que no me arrestarán, pues, como lo hemos visto en este mismo caso, a veces va a dar en la cárcel un inocente. Por esa adelanto la excepción del arresto.
-¿Debo comprender que usted me ofrece seriamente cometer un crimen, sólo para ganar una apuesta? ¡Usted me asombra!
-No más, probablemente, que lo que Pettingill ha sorprendido a sus amigos. Pero no se alarme usted: yo asumo toda la responsabilidad.
Además, tenga usted presente que en este siglo no es el crimen lo que está mal visto, sino el hecho de ser descubierto. Apostemos, pues. ¡Vamos! ¿ Qué dice usted? ¿ Quiere usted que sean mil dólares? Necesito un pequeño estimulante.
-Bueno. Tendrá usted su estimulante. En todo caso, va usted a tener el de pagarme los mil dólares, pues si bien es cierto que no creo abrigue usted realmente la intención de convertirse en criminal, su proposición me será provechosa de todos modos.
-¿Cómo de todos modos?
-Voy a decirlo: si usted no comete un crimen, pierde la apuesta y tendrá que pagar; y si lo comete, estoy seguro de que lo sorprenderán. Entonces, por mucho que me duela su desgracia, le prevengo que será implacable y le cobraré el valor de la apuesta.
-¿Quiere decir que acepta usted?
-Acepto.
-Convenido. Veamos ahora las condiciones. Convengamos en un plazo de un mes para formar un plan y cometer el crimen, y en otro de un año para esquivarme de los detectives. Es decir que, si al fin del año estoy libre y puedo probarle a usted que en el período estipulado he cometido un crimen, habrá ganado la apuesta. Si estoy preso esperando una sentencia, la apuesta no podrá ser resuelta hasta que la ley se haya pronunciado y a mí se me haya declarado inocente o culpable. ¿Le conviene a usted?
-Enteramente. Pero ¿qué clase de crimen va usted a cometer?
-Amigo mío, es usted muy curioso. Nuestra apuesta ha comenzado ya, e igualmente debo comenzar a usar de mi prudencia tan decantada. ¡Ya ve usted por qué no debo decirle nada de la naturaleza del crimen que tengo la intención de cometer!
-¿Cómo puede usted suponer por un instante que yo lo traicionaría?
-¡Eh! ¡Uh! Sí; ¡qué quiere usted! Esa idea se me ocurre. Escuche usted. Como ya lo he dicho, las necesidades a que el criminal está sometido, se alzan en su contra, y esas necesidades se ligan con el objeto del crimen, en todo lo cual no es malo pensar cuando se persigue un caso misterioso. Cuanto menos se aparte de lo común el objeto del crimen, mayor ventaja habrá, puesto que el número de personas que piensen en él será menor. El robo es el más común de los delitos, y por consiguiente aquel cuyo autor es menos fácil de descubrir. La venganza es común también, pero más significativa, pues en la venganza particular el individuo particular se inclina a usar de medios conformes a su carácter. En el caso actual -hablo de mi propio caso -el objeto del crimen es de tal modo excepcional, que el detective que lo descubriera, podría en el acto probar mi culpabilidad. Un crimen cometido para ganar una apuesta es quizá algo inédito.
-Su misma novedad es la mejor salvaguardia de usted.
-No obstante, hay dos maneras de poder ser descubierto, es decir, dos más de las que debería haber. Si yo hubiera emprendido el asunto sin que nadie lo supiera, no habría en realidad más que una manera de descubrir mi secreto: mi propia confesión. Y como ya ha habido hombres bastante débiles para llegar a ese extremo, yo habría debido tomar mis precauciones. Pero, hallándose mi secreto en posesión de una segunda persona, la situación es más complicada.
-Juro a usted por mi honor que no lo traicionaré. Me comprometo a pagar cinco veces el valor de la apuesta, si digo a alguien una palabra.
-Prefiero dejarle completa libertad. Las cosas son como son. Hasta este momento usted no cree en su interior que yo ejecutaré mi proyecto. Por eso no se ha alterado aún la amistad que me tiene. Además, usted cuenta con que, si cometo un crimen, éste será tan insignificante que su conciencia podrá perdonármelo, en atención a las circunstancias. Pero supongamos que se hable de un gran crimen y que, por cualquier razón, usted sospeche de mí; esa misma mañana, antes que me haya levantado de la cama, se precipitará dentro de mi cuarto, y me preguntará francamente si el autor de ese crimen soy yo. Con la misma franqueza, yo me negaré a contestarle.
-Usted interpretará esto como una confesión de mi culpabilidad, y puede ser que se imagine que, si sus sospechas son justas, sea usted mismo cómplice del hecho; entonces, para ponerse a cubierto y cumplir con su deber, irá usted a revelarlo todo.
-Comienzo a sentirme ofendido. Bob. ¡No creía que tuviera usted tan poca confianza en mí!
-No se enoje usted, mi viejo. Recuerde usted que hace pocos minutos me prevenía que después de mi crimen sería implacable para conmigo. Nosotros, artistas en crimen, debemos estar preparados para todas las eventualidades.
-No sabía lo que decía; no era eso lo que quería decir.