Rara vez he actuado sin antes pensar varias veces en las
consecuencias, quizá debido a que no soy un hombre valiente; si bien no
retrocedo ante situaciones de riesgo, difícilmente daría un paso al frente. En
cuanto a mi actitud frente a lo desconocido, irónicamente diré que la desconocía
hasta entonces.
Ignoro también las razones que me
impulsaron a viajar -las verdaderas razones, claro está-. Dudo que haya sido
por descansar de un año de trabajo y estudio, o por
salir del agobiante ritmo de la ciudad y, menos aún, por la vaga evidencia que
una fotografía tomada cuarenta años atrás traía a mis manos despertando mi
curiosidad.
Tenía, para ese entonces, veintidós años. Buenos Aires era mi
provincia natal y actual morada; aunque debo confesar que muy poco conozco de
ella.
El 4 de enero, sin más entusiasmo que el de saberme libre y solo
por un tiempo entonces indefinido, en la Terminal Retiro abordé, luego de
despachar mi mochila e incluir unas monedas a mi agradecimiento al encargado del
equipaje, el ómnibus de una empresa cuyo nombre hoy no recuerdo, con destino
Tucumán.