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DAR FIESTAS NO ES MONTAR
FESTIVALES, ni prestarse a conciertos, ni
organizar concursos. Es cosa mayor y más pausada, de corte regio y
archiepiscopal convido, no un dámelaque-te-la-doy, ni un tenga-para-que-aprenda.
Las fiestas de Julio Newton no son carnavales, ni dispépticas maratones, ni
juntas administrativas. Requieren audacia y sinrazón, combinatoria de comedia y
drama, disparcialidad parcializada, y que todos lo pasen bien y mueran de
placer.
Agrestes, algunos llegan al Palacete Newton como adanes-y-evas
bajo sus ropas. Escarpados, otros traen la anatomía forrada y precintada,
haciendo así más excitante el camino hacia la nada y llevando futuro y calma a
los premiosos que quieren la flor y el fruto, sazón y florescencia, primavera de
pret-a-porter.
Bombeada y abombada, apretada o suelta de cadera, unas traen la
ropa superpuesta y arrancada al propio cuerpo, o abierta a las carnes y cerrando
tras de sí el entorno. Otras, las que se forran, piden larga guerra y exigen
víctima y victoria. Las que van sueltas valen el momento y corren en pos del
tiempo, precipitándose solazadas en el todo-y-nada. Cúmulo de pechos, elocuencia
grandilocuente, roces y promontorios. Plazca y pesque.
Momentos y músicas vuelven y se van. Trasgos de aromas conjuntas
en recodos y fisuras, puntas, protuberancias, prominencias y límites. La pasión
contra el placer. Invisibles espectros silbantes se hacen guiños y dan vueltas
en el aire.
Muerdas o mordisquees, la carne resbala licenciosa, la piel se
hace ligera, larga, una y eterna, inextinguible, circular, infinita. Se funde el
ánimo al sentido ardiente que va y viene, vuelve, recala y acaricia. Tiene
suerte quien se encuentra allí placiendo.
Cortos o largos, los gestos explotan el momento, ruido a destajo,
abierto a un nuevo ámbito. Espigados de moda y vanos de palabra acuden al
Palacete los cantores de la madrugada. Curtidos sobre sus propios cuerpos llevan
el rumor y la conseja, pestilencias acres de marcas comerciales, loción eterna y
simple, paso a nivel de los sentidos y que la vista busque y el olfato
encuentre.
Carteristas avezados bajo el disfraz de acuciosos camareros
recorren los salones del Palacete palpando a los invitados ver qué se llevan
entre los bolsillos, bajo las ropas o entre los bolsos.
Y hay castigo y escarnio para los invitados infieles porque los
esculcadores van más allá del simple rescate.
A Cornelia Facilupa los esculcadores le detectaron bajo el chal la
Empelota Prima y se la cambiaron por la jícara del chocolate de Bairon, el loro
que anima con sus chácharas multidireccionales el patio de atrás del Palacete
Newton. En la puerta se le escurrió a Cornelia la jícara y rebotó en la
escalinata como rijo contenido y puesto en burla. Tuvieron que sacarla en
ambulancia de lo mal que se encontraba.
-Y Julio se ríe.
-¿Qué otra cosa va a hacer?
Dista Carcajón del Pero, campeona de esgrima, escondió bajo su
corpiño las mancornas de jade del anfitrión y los esculcadores se las sacaron
con pinzas y depositaron a cambio un sapo dorado que pronto saltó sobre la
fuente de mayonesa donde intentaba chapotear ante la mirada de los espantados
comensales. Ni un sólo grito sobrevoló la escena. Dista Carcajón estuvo pródiga
en la majestad del gesto. Sin pronunciar palabra, retiró la mano de sus
abundosos pechos, a donde la había llevado cuando sintió el frío latir entre sus
carnes prietas.
Bartolo Manga de Breter, pizpireto casadero, repintado y
pinturero, quiso sacar del Palacete una miniatura cambiándola por una copia,
pero por obra de los esculcadores salió con su propia chapuza y sin advertirlo
fue a venderla y se la compraron. Cuando los estafados descubrieron la patraña
le rompieron los incisivos a bastonazos.
Florencio Lepis, reasegurador del Estado, débil ante su deliquio
coleccionístico, se guardó un estuche que contenía un pelo del pecho del general
Canco de Roda, antepasado apócrifo de Julio Newton. Localizado el estuche en las
intimidades profundas de Lepis, fue necesaria una dracúncula, experta
cacovenusina, que dejara en su lugar un pelo anónimo. Las sustituciones suelen
hacerse con rigor y sin prisa. Si los esculcadores no logran durante la fiesta
su objetivo, recurren al escalo o la fractura con tal recuperar la pieza
perdida. Los invitados infieles ven con espanto cómo su botín ha sido a su vez
robado y sinembargo, no cesan en sus intentos; por el contrario, afianzan su
tendencia recalcitrando el hábito. Marcelino Ducá, creyendo reírse de los
esculcadores, logró sacarse un Sévres y venderlo a un anticuario. Esa misma
noche los esculcadores entraron al local y cambiaron la pieza por la copia
Newton. El anticuario, creyendo que se trataba de una filfa de Ducá, lo invitó a
cenar al día siguiente y después de emborracharlo, sus esbirros lo desnudaron,
lo emplumaron y lo condujeron a un lupanar de ancianas y deformes donde despertó
rodeado de fláccidas vaginas dalinianas y de jetas desdentadas que se reían de
su figura pajaresca. Delirante salió Ducá a las calles dejando plumas a su paso
hasta que lo cazaron los radiopatrullas y lo guardaron en chirona a donde fue su
madre a recogerlo con la gabardina del abuelo para cubrir las pudicias del
calavera requintado.
-Tiene copia de todo ése Julio.
-Dicen que hasta de sí mismo.
Micos llaman en el Palacete a los invitados que llegan caminando
a-la-pata-la-llana como si de repartir trompadas se tratara, o endilgar el
paxtecum fuera de ágape. Dando y dispensando, haciendo bises y trices, van de bote
en bote, atiborrados de prendas, atuendos, subatuendos y protoatuendos,
hiperrizados al llegar, aterciopelados al salir, más lamiendo que mordiendo, a
ver quién pica porque han de picar, deben picar y deben de picar.
Culebras, insectos, gallináceas o cumbreras, como la Condoresa,
señora de capa y espada, dada al lujo verbal, jocoseria del ven-a-ver y del
tómalo-con-calma-no-sea-queluego- tengas-prisas, de buen ver y mejor-que-mejor
pasar, cabalgadora del alado, jinetera de otrora y otrosí amazona en celo, hoy
de diurno, mañana hodienocturna, hebdómada sin perendengues. ¡La Condoresa!
Vuelo alto y lento, magistral, majestuoso. Llegan los combos, las piaras, los
rebaños, suben y bajan, entran unos detrás de los otros, multiplicándose como si
los comberos se desdoblaran en otros tantos combos, cola articulada del que pone
la cara. Caras de combo y combos de cuatro caras, entran diciendo: -Éste viene
conmigo-. Y luego van por los salones limpiándose los zapatos con las cortinas.
Llegan combos de ida y vuelta, y ponen los tacones sobre las sillas. Julio las
tiene aseguradas. Las cortinas, los muebles, todo está nominalmente asegurado.
Los comberos no saludan, rondan a quienes se encuentran en el salón, y luego van
tres o cuatro comberos, cogen a un invitado y le dicen: -Viejito maricón. Y él
les responde: -Sesudos capitanes.
-Sin combo no hay festín- dicen quienes ven en ellos esperanza de
palpo a carne fresca. Carno Manganilla, llamado el Gran Jurisconsulto, hizo que
lo invitaran a un festín de combos.
-Quiero un culito bien redondito con su florecita bien rojita y
bien apretadita- decía Carno, fruyéndose lúbrico. Los comberos de aquella noche
resultaron estridentes. Momo Dilabante, dos jayanes atiplados y las primas
Carreruela, adolescentes vestidas de cheyenes, bailaron un danzón que puso a
todos en trotes desiguales. El jurisconsulto Manganilla, al ver que los jayanes
eran pura decoración emasculada y que su esposa Cuca Formero estaba entretenida
en el no-digás, sofaldó a una de las cheyenes, y ambos rodaron tras un mueble y
la cheyene no soltó hasta que descargó al vejete.
Famoso el combo de Patroclo Asecas, pirata errollflynnesco, tuerto
y barbilindo, con sus chicas de goma, oficialas del puticachondeo en plan
fino-fino, que hacen las lubricias de los embajadores cuando el combo se mece
entre ellos dando coba a su virtud. Todo un espectáculo.
Llega el combo del pintor Cabuyales, -combo lánguido, de efebos
serpentados, afrocantados y afrobaildos- y se les van los ojos a los presentes;
y cuando entran en hervores, ya todos esperan ansiosos lo que venga.
O llega combo de azotadores. Lenio Carcasón le dio con su látigo a
Fosca Foyo un beso de fuego entre los pechos, dejándola toda albura hasta la
cintura y un cardenal entre los pechos.
-La cosa terminó en motel.
-Dándose azotes.
Génito Sedeño, el mayamero de combo y bombo, llegó a entrar con
veinte, entre negros, mestizos y mulatos, a hacer un vale-que-lo-digás; pero no
le dieron tiempo al número porque detectaron entre ellos pinchos, porras y
sellos de políticos en ciernes; a cambio, los pusieron a bailar en el jardín,
donde los afrocomberos, atrapados en la superficie de césped plástico, se
desgañitaban sin que nadie los escuchara, porque dentro del Palacete todos
libaban y gozaban del pudín episcopal, y se relamían las conciencias por lo
pronto y tranquilo que se debate el tiempo en la memoria. Entretanto, a los
comberos les lanzaron desde la azotea pollos fritos en paracaídas para que se
los comieran en el prado con jolgorio de cerveza. Finalmente, a orden de timbal,
sentados los prolijos en sesión, desde los balcones del Palacete, vieron danzar
al combo de Génito Sedeño. Después, el mismo Julio los condujo hasta el portal,
despidiéndolos con un gesto que parecía decir: -Damos puestos pero no banderas.
Hay fiestas sin combos ni comberos, festivales de la coba en rama, justas
etílico-oratorias, magma y embebecimiento, vivos y bobos, contratistas y
contadores, honras, vistas y visas, cotilleo kiliado, comunicotorras, altos y
bajos, tiples, barítonos, tenores y aguafiestas con borona en el tacón. Mucha,
varia, interminable fauna. Parejas, viudos, novios. Solanos y solazos. Gatitas
rubias, muchas, siempre. Negritas jacarandosas, menos, porque con ellas se
expone Julio a no parar hasta bien entrada la noche siguiente. Rodos de todo.
Conciencias tiradas debajo de los sofás, los sueños bailan polca sobre los
brazos de los sillones, alucinación de lámparas y luces, pantallas, sombras
chinescas, bandejazo en la cabeza, perdón señor, espirituosos momentos, champán,
champancito, chimpancé. Como un chimpancé con frac, dicen y se ríen del jodido,
que para eso está, para que se rían de él. Jabón, rosas y sonrisas. Caja de
dientes talla large, y sin hacer nada te aplauden, sólo mirar.
¡Que baile en una pata! Y el chimpancé da la vuelta, champañeado,
champañeante, burbujodido, da la vuelta se le ve el tiro largo, champancé,
champance, y giran en torno a él con las copas en las manos y él gira con el
cigarrillo en la comisura y echando humo por un ojo, y el tupé escurrido
haciéndole juego al tipo.
A quien llega tarde al Palacete lo recibe el
frío del calor de fiesta comenzada, le dan silla y copa con un gesto que parece
decir «haz lo que puedas». Encuentra las aromas ya conjuntas y él aún trae sobre
su cuerpo el frío de la calle, el smog en los cabellos, el gesto surcado de
luces engrasadas, la mirada intermitente de farolas y semáforos, carilargo como un poste y
bizco en términos de «no sé dónde estoy, pero esto está bueno».
Va dejándose llevar y lo cogen los
torbellinos y los remolinos, lo hacen sentar aquí o allá, que llene hueco y
rebose copa. El que llega tarde tiene doble arrope, manos cálidas para su
palmeta fría y zancadillas para su paso inseguro entre tantos pies que van y
vienen entrecruzando piernas. De lejos, oculta por las flores del jardín, la
estupenda Clorinda Peto de Paraplo parece vestir los pantalones del violinista
Diestro Cherno. Hacen el festín todos por doquier y quien llega tarde parece llevar tras de sí el combo que no trajo
consigo.
De los que no hacen más que llegar y salir
corriendo, poco se puede decir. El hielo general les hace sentir acogedora y
hogareña la calle, piensan que al cobijo de árboles perricagados estarán mejor y
más a gusto que arrellenados entre los senos de las patricias que hacen calceta
de costumbres y tejen el jersey del porvenir. Algunos salen del Palacete en
busca de un aire benigno, y en la noche abierta a flor de piel perciben el
cagajón callejero bajo sus pies y cómo se esparce en la suela de su zapato, y
aún así, lo prefieren al mullido alfombrón que Julio depara sus invitados.
Quienes se adelantan a la hora, encuentran el
Palacete a oscuras y perciben los quejidos de espectros de otras fiestas,
murmullos y sub-risas, taconeos del impaciente. Espantados, algunos no vuelven
nunca más. Otros, regresan y recorren los salones en busca de fantasmas,
imágenes fugaces, que fueron simples efectos de escenotecnia, silencios
artificiales, magnetofonía perversa. Ya se sabe, y nadie llega antes de tiempo.
Dan grima los que llegan con los pies
haciendo eses y se van haciendo zetas; son o canción, grito o chillido, gimen e
hipan su etílico proceso. Fiados y fiándose muchos salieron ranas, invitados a
lo bobo, que hacen del momento una síntesis tan eterna y esotérica que las
lágrimas le caen al güisqui. Pitorreros llaman a quienes hacen del mangueado y
aburrido, súbito y brillante disponedor de velas y milagros, reparten bendiciones y luego exigen satisfacción a punta de pistola.
Cordelia Disímbolo fuma, y entre sus volutas
envuelve a quien quiere. Va a donde Julio -y a todas partes- desbragada.
Ni para ir a la iglesia se las pone. Se les vuelan los ojos a los
más venéreos y las manos a los audaces, que no muerden porque su fémina está
dando fe de acercamientos. Cordelia usa birreta y en el balanceo de la borla,
como bola de cristal, miran todos su futuro. ¿A donde va la borla? y allá van
los ojos de todos. La ven venir y se ponen morados de lujuria o pálidos de
lubricia.
Cuando llega a puerto encuentra a los varones
en pie de guerra y el murmullo arranca como un motor recién engrasado.
De palabra en palabra van viéndose las armas
que toma Fraginella Espórtula. Gesto y estatuaria, Fraginela no da tregua a
nadie. Mientras Fraginella le endilga el paternóster, una mirla le hace nido en
el cogote a Prasmanio Sedadera, de los Sedadera Cibeles, pujistas susbasteros.
Cuando fueron a buscarlos ya no estaban en la fiesta.
Supurativa la memoria le hace el juego a
quienes tienen prisa por saludar y repartir besos y abrazos cuando ya todos
pacen entre el humo y los alcoholes, mezclados en volátiles partículas,
acarician rostros y atuendos, convirtiendo a los pusilánimes en súbitos locuaces y ocurrentes.
Llegar alzando a santos es virtud de quienes
entran sonrientes exhibiendo sus dentaduras protésicas recién abrillantadas,
saludando y ofreciendo su mano como si de fresco-pan se tratara o como si sólo a
ellos estuvieran esperando. Baldavio Prisma del Coso, emergente caballero,
tropezó con un puf y cayó en brazos de Cala Superano quien lo esperaba y veía
venir con tanto ahínco. Y es que Cala va a donde Julio a ver si encuentra allí
su faldero perdido pero sólo halla torpes como Baldavio que la hacen pasar del
sofoco al grito y del pellizco al arañazo. Cala los ve llegar y abre los brazos
para mejor recibir el arcoiris de sus sueños. Los tontos caen sin darse cuenta y
como les falta el seso allí mismo les crece el chollo y no cesan en su asedio hasta dejar su picor en cualquier parte.
Logran sin pericia y siguen su camino. Cala
tampoco quiere más, ¿para qué? Cala sólo espera a que le caiga del cielo su faldero.
Sentados ejercen los contertulios sus dotes
de salón. Mullen los sofás y hacen en el aire volutas y minutas de cuanto
acontece a su alrededor y en todas partes; le dan la vuelta a sus propios
argumentos, toman unos los de otros, cambian de bando y de juego y todos llevan
la razón despojada de vestido como si fuese la viva-la-virgen del turno de las doce.
Otros van buscando bellotas, como las Hobacho, Sota y Lena.
A quienes se acojan a su verbo y folla, se lo
pasan ambas por la línea. A Donoso Fado del Cantero lo dejaron todo enaromado,
como ido en sonrisas y gestos de estupor. Después sus amigos lo llevaron a su
casa en andas, entronizado en una silla. Y allí quedó Donoso sentado para siempre, con la sonrisa que dejaron en su boca las
Hobacho.
Prebenderos unos y alicortos otros, quienes
funcionan a gas administrativo y no político -porque los políticos suelen darse
a entendederas- se acercan oteando a los festines de Julio a ver si hay otros
manguinegros como ellos para sonsacarles sus pasos por los atrios de los
palacios civiles. Biliosos y escabrosos, los manguinegros miran de reojo a ver
si los ven y si los miran bien, mirando a ver donde miran los otros. Andan
buscando y gestando por lo bajo, de ida y vuelta, ratones bulbosos, patasarriba
y escaleras-abajo, costaleados, dando banda y quitando piso. Un mascarón de proa
hace de escollera y todos quieren pescar con la misma caña, diciéndose lo bien que van las cosas.
A los gondoleros del zarpazo y a los
sepultureros del bien ajeno les brilla el espolón con que dan de comer a sus
congéneres.
Salen chamuscados los alicortos y los demás exaccionados.
Cangilones del anfitrión, vedetteros y
rapiñeros, se llevan a casa, para su colección, alguna cabeza. Los tumbacabezas
van a donde Julio llevando a su mujer como apéndice y paraguas.
Etelenio Landrillas, maniquebrado y
guarachero, corregidor de burócratas, dado al fasto, al derroche y al trasvase
de fondos y contratos en andas del caso o el negocio, trina de todo y celebra en
grande. Ocasiones no le faltan a Etelenio para recalar en el salón de Julio cuando hay remezones de lagartos.
Llaman en secreto El Palpo al caradura y
rocinante a destiempo que va presentándose a sí mismo como sol de todo
firmamento. -Aquí Besugo Melindrano, abogado de la Pestenova y defensor de
indefendibles-. Durante varias décadas Melindrano mantuvo su edad en la
treintena, sin perder tinte ni tino. Dicen que ya está guacharapeando pero él
continúa dando brega de cartón, auto-caricaturizándose.
Si un collar se revienta y las perlas ruedan
a los lugares más recónditos, buscarlas es dar un golpe de timón, un quiebre en
la conciencia de los invitados. Meterse bajo un mueble, es valentía, arrojo y
audacia. Se desgajan las consideraciones, se sicaliptizan los momentos.
Orgiásticos todos rehacen el collar y queda en el entorno un recalentamiento de pasiones friccionadas.
Cortapicos y callares para los preguntones y
sigue la cuenta con Pizpirita Delcore, hermana de Jasón Delcore, pato a la
naranja de todos los menúes. -Pato a la carta- le dicen y él se sonroja. Y a
Pizpirita se le van las piernas sobre los sofás y quiere follarse a cuanto
virote tenga a su lado cuando se apaguen las luces y la sesión se haga palpo
concertado, disgredido, dado, dedo de la fortuna, palma y lirio del momento,
vals y sonata, aroma que hace de dos músicas un son, corriente bélica, desliz
calenturiento, vaya y pase, aquí-aquí, otro o el mismo otra vez porque lo que es
ver no ves nada pero se oye y se mueve el aire y van y vienen montados en las
notas los aromas. La música aleja o atrae y a la vez rehuye, el momento
congelado se extiende o se diluye. Vuelven palpos, mordiscos, apretones,
lengüetazos van y vienen, húmedos y ásperos, dan vueltas y reclaman, todos gimen
ya sin música, paroxismo del instante. Giran, giran estremecidos.
Aperitivo el semblante, los perfugados del
placer y de la benemérita manía de ir como dinguilindón cuaresmático,
saliéndoseles los ojos, hacen mofas al alzado del trasero de Pizpirita Delcore,
y hacen cuentas sin que ella arrugue el ceño o cese el contoneo, redondeando el
espacio con su concéntrico rumbear. Escanciosa, procede con sonrisa y gesto,
buscando claves en las miradas y en los guiños pistas. Agarre y sostén de toda
fiesta, Pizpirita -experta facefolles, loco y núbil amor de Julio- da coba y
enjabona a los comberos y luego los despacha sin toque ni mote. El huraño
Corinto Jarcia, misantrópico y decadente, hacía reír y humedecer a la Pizpirita secreta y siempre factible.
Pujo y pinza. Forniceros retumbantes, cínicos
y silábicos, coitolálicos del jondo, arquitrepidantes, follones-caldera y
resoplones, vaivén del pirata; aprietan y chascan vacíos húmedos haciendo de sus
lisas paredes superficies lúbricas, libérrimas. Galopines incesantes y mecheros
de resistencia se encuentran con suertes de varas que nunca imaginaron.
Gallipavos de bombín dejan en el porche el
tono y hacen de maromeros de salón. Farfulla general a todas luces.
Para núbiles y obnúbiles organiza Julio
veladas de ocasión y peche, y oficia él mismo de galerero de tinieblas, azotando
a las renuentes. Gallardean y profilaxizan el salón Bárbara y Vera, y luego se
ven a gatas cuando tienen a los virotes tras de ellas haciendo de molinos de
viento, dándoles palmaditas y preguntándoles al oído ¿dónde-dónde? Los de Julio
son festines de cuidado y precaución. Dele y no tenga miedo, nadie mira, nadie
ve. Todos tocan, tocan todo, todos ponen. Quienes llevan combo forniquero, se
hacen lenguas de lo bien que se sienten viendo pasar las bragas por el aire.
Pornocombos también hay y llevan aparatos que hacen ver estrellas y no son
telescopios, y para gozos colectivos, balancín y verga-de-toro, montas de
bravura, y a dómines les hacen pajas chiquillas de quita-y-pon, hay de todo en
los festines. Dan vueltas las tortillas y se hacen fuentes de nalgas bien
servidas. Indelíberos hacen de caga-la-olla, sucintos y apretando. Juglaresas no faltan, cantando bajo la lluvia. Rompeolas y romanzas.
Los festines de Julio atrapan a los invitados
desde su primer bizqueo frente a la coreografía. Combos de pastorcitas, efebetes
y virotes, de amas pechugonas, peciblondas y floresdébano fresas, candongas y
corizas, pitofleras y guarricachondas de copa y salto. O festines profundos,
para hundirse y dejarse llevar como si no se fuese a volver de ellos, sombra y
penumbra, oscuridad hasta el negro del vacío. Capiscoles y Sochantre, socios de
Julio Newton, quisieron probar suerte en un festín; y se fueron de bluyines tan
apretados y camisas tan amplias, que en la penumbra perdieron los bluyines y la
vergüenza, y se metieron a la empresa lubrifornicera. Ahora los llaman «Los
Polos», y hacen de virgueros de tren al son del cha-cha-chá. Suman y siguen.
Sotas y azotes, pellizco y ungulación. Dan
brida y brega todos en los festines hasta el foto-finish, y las luces de los
flashes los sorprenden como están, cada uno en su ojo
de buey, felices y contentos de quedar un instante en la eternidad del gesto y luego llevárselo a su casa bajo el brazo.
Ábiga Muscata, piropeadora, manisuelta y dada
al lujo, va al Palacete a ver a Julio. La generosidad de Ábiga calza el guante
de la oportunidad, y a Julio lo hace fruicioso el saber que viene al Palacete
cuando el combo de necios y gandules ha terminado su exposición de icacos.
De varia laya, muermos y levantiscos, poetas
y doctores, tarantulados y tarascones, los invitados quieren hacer jolgorio en
torno al anfitrión. Julio ocupa todos los lugares del Palacete y ninguno en
particular, prodigándose por doquier, haciéndose volutas de hospitalidad, hasta que nadie se acuerda ya de sí.
Perdida toda gravedad, circulan por los salones el cortés y el
combero como en propio lar. Perocaseros y maricaseras dan vuelta al ruedo. Y
Julio mira y lo ve todo. Detrás de la luna óptica, espía su propia fiesta y hace
filmar todo a cuatro cámaras. Fango y gloria. Disfrute y despiste. Placer y
pasión.
Gusto y cachondeo. Libre y liso el placer del verbo. Intríngulis más que jarabe, más mortero que
molino.
-Son sentencias, son sentencias- decía Chuco
Magerit y lo repetía mientras en la pantalla su mujer Peñíscola del Pero hacía
velitas con un embajador. Sopetón y surco. Y no volvió jamás. Luego dijo que le
habían violentado el alma y que ya no tenía con qué cubrir su indignidad, y que
para hacer del salón de Julio un marcio-venusino campo, más le valía irse a
donde las chupanderas a que le calzaran el botón. Estatis Jacatostas, canciller
ad-honorem, vio su propio video en un festín e hizo mutis diciendo que Julio
estaba en picada. Fue decirlo Jacatostas para que los festines volvieran a ser
lo que fueron en la época del esplendor de sus primeras mocedades: juegos
florales de bizarra desvergüenza, vívidos tratados y manuales vivientes de
urbanidad entropicalizada, protocolarias manifestaciones de dominio y deportividad. Cerebro y
twing .
En los festines se henchía lo que en otras
fiestas se guardaba bajo la custodia de la razón razonadora y el juicio
juicioso. Agua varia, como varia es la natatoria de Julio. Caimán y tiburón, pez
de acuario y pirañita pastelera. Cardicerebrado, Julio es el tiempo y el mojón. Claroscuro del suceder.
Cautivos, los sentidos tienden al vacío.
Dormitantes del más, el menos y el quizá, dando saltos y carreras llegan al
Palacete, vienen a ver y se van sin saber cuándo. Esfuminos y gastabromas de casete y beliclamorosos del lo-mejor.
Barbaristas de moda y cultistas de antaño.
Adminiculistas de paseo y viandantes del very-well-thank-you, vistosos cazaliebres, lebreros,
lebreles y liebres muchas. Castos y modestos, yagos, calígulas y petronios no
faltan, ni tampoco sénecas sangriligeros. A castaños de Indias y revoltillos del
azar, se les ve pero no se les oye. Toque de queda y darse a fugas.
Nadie sabe de qué hablan los vecinos, y es
mejor que no los escuchen no sea que les venga el terror al saber lo que está
pasando, y cuando se oigan los tiros ya no habrá quien escape.
-Mejor callados y así podemos pensar lo que
nos plazca- decía regodeándose Sofión Craca del Pero, contertulio del Palacete,
avaro y pijafría, actante de sucesos y pesares para mejor rumiar y pasar
contento. Su sobrino Tito Runfla y su esposa Paca Perniente, aplicados
militantes del partido julista, valen y no faltan porque aportan, además de nervio, músculo.
Echan espumas por la boca en las etapas
mitineras y luego les otorgan caudales y fondos del Estado con tanta donosura y
ligereza que asiste Su Ilustrísima al traspaso. Cargacanes con impermeable y gorra esperan a que su amos vuelvan.
Arneses de resistencia en los festines de Julio Newton son los
primos Manacores, Justo y Selva Manacores, equilibristas del calambur y el
chispazo, adanes-y-evas del equívoco y del sentido multiplicado, elevado a ene
para gozo y mofa del salón abarrotado. Los primos Manacores van saltando de
grupo en grupo llevándose el sinsentido recodificado o puesto en cuatro patas,
articulándose a cualquier pared, lapas, napas, calzas, y luego queda un
airecillo, a modo de nube, flotando sobre las cabezas, que si no viene un viento
de tramontana y se lo lleva, descarga sobre la concurrencia el baldado del
sentido unidireccional, neto, rato, puño-en-rostro. -!Ah, vergajos!- Suman y
siguen los Manacores. Julio los mira divertido y hace cuentas.
-De lo que no hay, no dan.
-Pero tal vez ya estén dando.
-Habrá que esperar a ver.
-No se desespere, hombre.
Acosan con sílabas y frases, una parrafada y
otra a ver si ya se lo dan o si tiene que esperar al próximo gobierno a ver quien está detrás de todo esto, a ver quien quiere y quien
otorga.
Todos van a mirar y a ver, a oír y a que los
oigan. Prometen y han de cumplir, de lo contrario, Julio no les franqueará la
entrada al sacratísimo recinto del Palacete Newton y en sus jardines los
correrán los perros. Dicen que Julio tiene una jauría de perros hidrofóbicos para estos casos.
Cargamantas y guardacoimas van a los festines
de Julio y encuentran tan afables a los invitados que escancian y vuelven a
levantar las copas como si del aire manara el ansia universal.
Bien vistos los de besamanos, mirados con recelo los de guiño aquí
y palmadita allá. Toque a ver, toque. Y van otros de grupo en grupo, dando
brincos, pingüinos de corazón henchido, a ver quién es tan apuesto y bizarro,
guapo y galante; y luego, sálvese quien pueda, porque no hay premios si antes no
hubo palos. Los curiosos y noveleros se quedan sólo para mirar y reciben palos
pero no premios. Concursos de botargas hacen del comensal despistado víctima del
sentido abierto y roto, manando códigos reptantes que se encaraman, sofocan,
aprietan y cubren enmelazando.
Costillares y cornamentas, desierto y páramo,
frailejón y cactus, dijes y colgandejos. En la memoria del etílico todo va dando
tumbos, adobando lo que otros han de cocer, recogiendo lo que otros vuelcan,
haciendo largas las eses, confundidas en burbujas las palabras que le sirven de techo al balbuceo.
Oriflama del devenir, lábaro impúdico o
estandarte diabólico para que choquen los intransitables del verbo henchido.
Arcabuces de imitación para adornar paredes en memoria de antiguos
bucaneros, urdimbres municipales de contribución de tierras y solares urbanos,
guirigay de segunda mano, más arcabuces de imitación para los hoteles de la
cadena Pertot, taleguillas para toreros y más arcabuces de imitación para
adornar los restaurantes estatales, hipnóticos para los sonámbulos y más
arcabuces para decorar las dependencias del alcalde auxiliar quien se dice
sucesor del patriarca que limpió de anofeles el antiguo fondeadero. Jovencitas
colegialas culirredonditas, vistas y no vistas, olfateadas con ardor, vuelan
como aves de un momento, y más arcabuces a las monjas del colegio para que se
los cuelguen al hombro y cuiden la noche colegial no sea que se les cuelen los
ramones. Los catafalcoscama de cierre automático no llegaron fabricarse, pero sí
más arcabuces como premio para el mejor ciclista, arcabuces para todas las
familias pudientes y que se los regalen a los parientes pobres que siempre les
va bien un arcabuz de imitación colgado en la sala de su casa y decirle a todo
el mundo quien les regaló tan maravillosa pieza. Soldados, marineros y aviadores
gozaron viendo a Julio anfitrionar las jornadas de gastronomía castrense en las
que no sólo mantenía en secreto la preparación exótica de los platos sino que
obligaba a su deglución en tiempo récord, premiando a los mejores con generosas
sumas de dinero recogidas al final de las sesiones por sus no menos pródigas
mujeres. Sin esperar a que se repusieran sus maridos, extenuados por las
suculentas comilonas, las esposas marchaban con el premio dejándolos con el
trofeo de consolación que solía ser una moza de recreo con apetito y duende.
Jornadas memorables que Julio maneja con humor y mano izquierda, dando a sus
amigos el menú y más arcabuces de imitación. los concursantes de los programas
de televisión. Y aún así quedan arcabuces.
Castigados los mirones y escarnecidos los colados, algunos llegan
a ser tolerados, otros se les considera nómina conveniente a la hora de hacer la
vista gorda y esperar el momento oportuno para desenmascararlos ante el regocijo
general y luego conducirlos ostentosamente a la puerta para que se vayan
saboreando su disgusto, sin palabras, sólo gestos y leves empujones. Algunos se
muestran sorprendidos, otros arman trifulcas invocando cargos y nombres a voz en
cuello, por si pega; pero no suele pegar.
Por colarse a cuanta fiesta encuentre,
Salomón Corchete escapa del sanatorio donde está recluido desde que dinamitó su
fábrica de pinturas y barnices. La explosión dejó víctimas en todo el vecindario
y aunque perdió su fortuna, cuando los aseguradores descubrieron la patraña, se
salvó de la cárcel porque ante el juez la defensa demostró perturbadas sus
facultades mentales. Salomón llega desorbitado al Palacete Newton, da vuelta a
los salones y luego sale en busca de otras fiestas, aún más desorbitado por la
copas que se toma. Los invitados lo ven llegar y se quedan paralizados esperando
el exabrupto anunciado por los médicos psiquiatras. Sin embargo el mutismo de
Salomón contradice el diagnóstico que anuncia la eclosión de su personalidad,
desatando en él una hiperactividad libidinal que en cualquier momento lo va a
convertir en fiera lúbrica de insaciable furor. Los médicos basan el diagnóstico
en el pasado reciente y nebuloso de Salomón; dicen que las vejaciones sufridas
durante el encarcelamiento previo son recuerdo permanente que lo reducen al silencio y al sonrojo.
Salomón pronuncia por lo bajo unas pocas
palabras de cortesía y sigue su camino. Todos esperan el estallido, como se
espera el paso de un cometa o los momentos de un eclipse. Pero Salomón continúa
silencioso, con un brillo de sorna en la mirada. -Te arrastra con los ojos-
dicen quienes han cruzado su mirada con sus las pupilas calenturientas,
extraviadas y expectantes. -Se quedará así por ahora- dicen sus hijos, porque
saben que jamás llegará el momento catastrófico anunciado por los médicos porque
Salomón es un histrión consumado. -Ya verán que se los come vivos a todos cuando
cumpla la pena- dicen sus amigos. Las mujeres, más crédulas en las hipótesis
psiquiátricas, se apartan a su paso entreviendo en los espumarajos de su boca
los reptiles que emergerán de ella, les rodearán las piernas, y subiéndoseles
falda arriba, les acariciarán el sacromonte. ¿Y qué irán a hacer cuando Salomón
se revuelque con ellas en el suelo, como un epiléptico, como un follador en
agraz o en plan ballet, o haga un espectáculo pornográfico dando pie a la
contemplación espantada y secretamente gozada? -Se trata- dicen los psiquiatras-
de los efectos de una represión que, sumada a la originaria, que hará de la
libido de Salomón trinitrotolueno, más aún si continúan sometiéndolo a
presiones. Muchos ya lo ven saltando sobre la mujer del ministro Carcaste,
compungida ante su suerte de ser la víctima del sátiro, e imaginan la
consumación neurótica de Salomón como un hito ritual. Los más sensatos lo miran
como chatarra humana y dicen que lo único que hubiera podido explotar ya ha
explotado. Salomón Corchete va de fiesta en fiesta, guacharapeando, bebiéndose
todo lo que le viene a mano, gorrón de resistencia, incordio social. Y aún más
si hay que aflojar la bolsa ante su certero y silencioso sablazo sin cómputo posible.
Colada y mirona fue en principio la bella
Erato. Y después, musa electoral. Desde prenúbil entraba como liebre o a tenazón
a todas partes. Su padre, el industrial Yámbico del Pero, le prohibió las
fiestas del Palacete y llegó a desafiar al mismo Julio con represalias y
chantajes si continuaba recibiendo en sus saraos nocturnales a su virginal
Erato, aunque de ello a la ninfa no le quedara resto alguno porque desde antes
de los doce ya estaba dando barba. Julio, indulgente con el viejo Yámbico y
viendo en ello posterior provecho, se llevó a la bella Erato a hacer la fiesta a
la mansarda del Palacete donde tenía instalada una colchoneta en cuyo centro un
artilugio, una especie de mueble gimnástico, calisténico aparato, hacía de
tálamo máximo: asas, argollas, cojines y columpios, y el entorno envuelto en infinitos rayos de luz negra, y por doquier espejos.
Los erotómanos, como Julio y la bella Erato,
prefieren el artilugio a las camas con dosel donde se ignora el aséptico y
calisténico sexo del futuro y se revuelcan como cerdos entre chillidos, pujos y
salinidades, tórpida prisa, miedos y aprehensiones, gritos y rechazos, urgiendo
acción, paroxismos bestiales mientras entre jadeos se escucha el ruido lejano de
la casa, hasta encontrar en las almohadas el sueño que agujerea los colchones
con las colillas encendidas entre los dedos, si es que antes la brasa no ha
caído sobre los abundosos glúteos de la compañera aún temblorosa de lujuria.
Julio prefirió la nueva ola calisténica y dejó su cama con dosel únicamente para
dormir. A la mansarda del Palacete también hizo subir Julio a la preotoñal Wanda
del Pero para hacerle demostraciones del toroloco y de la amazona insólita.
Electrizada, Wanda se transfiguró, del armazón desaforado y resoplante que era,
en un artefacto fantástico, engrasado, silente, acompasado, como calibrada por
ergónomos. Wanda le pidió a Julio una de estas máquinas amatorias y la instaló
en su invernadero, a donde van peregrinaciones de amistades a mirarla y a
probarla. Por obra del paradojal destino, poco después, el invento de Julio fue
comercializado por el mismo Yámbico del Pero. Aunque Yámbico no quiso saberlo,
fue su pequeña, la bella Erato, quien lo descubrió y contribuyó a su
perfeccionamiento. La «retozona» se le llamó al artilugio. Y quien se precie de
ser alguien, debe tener su retozona en casa o donde pueda. El modelo Picadero,
ampliado y reformado sobre el modelo Junior, es el más vendido, incluye gabinete
de primeros auxilios, y sobre el presupuesto de la erotibilidad duradera se
ofrece un catálogo completo de juegos y variantes, así como abonos a concursos y
pruebas para todas las edades. «Higiénica y profiláctica», dicen en TV, cuando
ha pasado toda la familia a prueba. La retozona va dotada de tensiómetro,
libidinómetro y orgasmómetro, báscula electrónica y un complexómetro que
recomienda los juegos y variantes más adecuados según constitución y edad. El
aparato acabó pronto con la incredulidad de quienes preferían las sábanas, la
media luz o la oscuridad total. Enloqueció a los erotómanos y no dejó
indiferentes a los conservadores, que entienden su uso únicamente como calis
tenia sin reconcomio ni aventura. Es venta segura entre los más liberales en sus
pasiones, los espoleadores de los sentidos, los consumidores de enervantes y
erectilizantes que no necesitan del calor del lecho para llegar puerto. Los
moralistas se quejaron diciendo: -Es que no follas, la máquina te folla. A mi
que me dejen mi cama, y mi hamaca en vacaciones, el viejo invento. Pero Yámbico
no se inmuta porque sabe que el campo experimentadores de nuevas sensaciones da
siempre pingües ganancias. Yámbico no le teme a la competencia de un nuevo
artilugio talámico de bajo precio, el «epikuro», con
tecnología más avanzada y especificaciones según culturas. Anuncian el «epikuro
tipo-serrallo», el «epiorgiastic», y un «epikuro pour-voyage», plegable y con adminículos ajustables a
los automóviles. Yámbico sabe que son máquinas ligeras que no tienen larga
duración. -Mis máquinas son para toda la vida- dice Yámbico delante de su
«retozonaplus», mientras un par de hermosos melocotones se afanan por dar naturalidad al proceso ante las cámaras.
Coxis y cocción el besamanos, tarareo y salmo el saludo.
Cascan y mascan. Catenarias al discurso y al
acontecimiento, profilaxis política. Al inmerso, reverso. Y al boga, toga. Hay
para todos y a todos dan de todo. Y Julio contempla cómo su palabra se hace recite colectivo.
Zampatortas, tragamallas, sacoventrales,
boroboros de todo forofo y ángeles de folla hacen venias y hacen mutis cuando se
lo pide el cuerpo. Liban y libran, ya batallas, ya escarceos de ponte y dónde,
giran atrancando los suspiros, dan caramelo y se hacen humo.
Cargueros de palio y paso, administradores de
inmuebles móviles, lentejos y pasamangueras, fauna varia asiste a las fiestas
que ofrece Julio para darse al taco con las esferas eclesiásticas y meter a los
presbíteros en deudas impagables si no fuera por las obras misionales.
Diantres y rediablos, redaños de Satán,
posticeros del demonio y de Belcebú fieles sacamicas, hacen cábalas e invocan
duendes a ver si les llega la fortuna a rodos para envasarla y salir a venderla
en los cruces de caminos donde recala su clientela.
Coraceros y mochilleres, granaderos, reclutas
y alféreces, amén de generales de muchos soles y campanillas, quisieron salirse
con la suya imponiendo el toque de queda a las jovenzuelas festivas. A Etéle
Petarte, hija del Cojo Petarte, caimacán de contrabandistas, la pusieron a
bailar desnuda hasta ver cómo se le caían los pechos del cansancio. Y lo que se
les cayó a los mílites no se nombra por bien de la defensa nacional y del macho y patrio honor.
El día de Fiesta Anual lleva Julio al
Palacete a los cronistas del Ton y el Son. Van a bailar la danza macabra, la de
los siete velos o la del vientre, con tal coger la primicia y hacerla rotativa.
Y luego no hay quien detenga el goteo de mirones y paparazos,
libretistas de noticias, portadoquines de tirada larga y noticia inflada. A los
sesudos y circunspectos redactores de sucesos económicos y a los alígeros
botafumeiros del altar político, les hace cosquillas en los dedos el último
«¡lo-compro!» Cordiales y elíxires, valpolicella, por si hay veneno, toneles de
vandermint y montes de orégano, congrio, pargo, corvina, mero o bogavante,
chablís y más chablís, pudines y melindros, crocantes, fuentes, platos y
platillos voladores. Música de cámara, gozos y gustos regustándose y regozando
todos los sentidos. Dan al tacto preeminencias los festines y al gusto las cenas
medievales.
Restaurados y refocilados se lanzan al
chichisbeo los más galanes y al verso y a la cítara los que gastan antigualla
cortesana, dan bulas y dispensas para todos y a todos prometen indulgencias y
manos libres a la hora de ser números en el Bunker.
Proditorio y piramizatorio, el salón de Julio
acoge trabucarios y escorzados, comprometidos y compromisarios, adláteres y
supérstites, escayolados y rimbombantes, topicólogos de instante y ocasión,
caedizos y pornócratas, sombrereros y pasteleros culifloridos, cascapollas y
chupamanzanas, áulicos y simbades aterrados sin parche pero con pata de
palo.
Cornicantanos y sotovoceros. Turdigones,
alicortos, corizones y putitas de entresuelo. Almidonados hasta el naso y
calzonazos del ¿te-acuerdas? Corruptelistas y cargoteros. Píos, tratantes y
falderos. Trompeteras y coristas. Matachines y botargas, rodrigones y ablandapiedras. Admitidos, permitidos y
colados.
Calandrias y bravucones de ahí-no-te-quedás. Arpilleros y
catatemplos, barbimochos ojilistos, columbreros de desastres, napilargos y
mascacuerdas de los que no paran hasta no dejar ni los bagazos. Roldanes de
empresa y ténte-tieso. Florindas de mesa y cama, como Dios manda. Escurrebultos
en celo y princesas adoquinadas de esplendor. Lugartenientes para cualquier
oficio, artistas del arpa o el violón, pianistas de concierto, bandeoneonistas
alcahuetes, dominicales en vaga, adminiculadores del consumo, ostracistas para
quien diga no, tenedores de libros sagrados y ortopedistas del infinito por
cuotas. Amabileros de saludo y patadón, alpargatistas y sobrecuellos a la orden.
Catones, muchos. Brasileños y gabachos. El orden y concierto los asiste a todos
y a todos les dan la bienvenida. Nuncios lechugueros y sacristanes incorpóreos.
Mirlos y bochincheros del pro y el contra.
Artilugistas cachonderos, jijíes borgistas y anaclastas del
placer.
Cantoneras y pijosdalgos. Cantatrices
desembargadas y desenfrailados garañones, doncellonas y dondiegos. Pacientes
corrientes y molientes, llamados moledores. Aparatosos mascapalabras con
aprovecha-miento de gesto, guiño y contoneo. Artificieros del silogismo y
picapedreros del sentido común. Aprovechadores del apretuje y ceñidores de todo
trance, a ver qué sale, dónde está el fuego, a ver quién quiere, déle a ése
también, mírelo a ver, hágase el pendejo o mire otra vez.
Aspavienteros del van-llegando-van-llegando y
del no-vinonadie, del póngale-color o del apaga-y-vámonos. Perlistas y
capadocios, ortigones y miramelindos. Calisténicos de andadura y porcheo, falsos
monederos falsos y marchantes del tengausted-a-bien. Cobradores y morosos con
inmunidad. Abejorros de cuanta fémina floreciente atisban. Cornicantanos, solos
o acompañados, bisbiseantes y carilargos. Adornapollas y sobrecargos, azafatas y
ministras. Bella cúpula y regateo de cenotafio. Cargacamándulas y cerilleros,
adoratrices diurnas y nocturnas, trabucadores del ego-te-absolvo. Curitas
jóvenes, lourdiólogos y fatimólogos para distracción de crédulos y creyentes,
por si los hubiere. Avizores del encargo, suma y resta de todos y de nadie en particular. Borbotones y
silencios.
Elasticidad mental y diligencia práctica son
virtudes que suelen exhibir los invitados de Julio. Los combos, como disonancia
pura que son, no las necesitan; suelen ser lerdos y acuciosos. Jactancia y alarde.
A cariátides y cortesanas, amabilistas y
retrocargatortas, habilidades no les faltan. Ni enjundia, que si llega de nada
sirve al tonto, pero sí al loco, porque al loco le va todo, el loco tieneall-size su mente para cualquier prenda, para albergar
cualquier cuerpo, vestirlo, desvestirlo o hacerlo invisible e imposible,
cartones y papeles, papers and
roles, el loco lleva
cajón de sastre, tiene todo y jamás le falta nada; excedencia pura, su mente va
dando y quitando, señor de la distribución, hipotecario del encanto y liberador
de la tortura de tener sin ser y de hacer sin saber. El loco no sabe, ni tiene
para qué saber, el loco siente y sabe para qué siente. Al loco lo sigue el tonto
y lo repite, por si cuela. Corderos pascuales o cucarachas gregorianas. Stop.
Peligro de cordura. Corduralia, cordurología, cuerdomanía. Cuerdo y curda. Curdomanía.