Una sala con muchos instrumentos de música. El discípulo del maestro de música, sentado ante una mesa, está componiendo una serenata que monsieur Jourdain ha encargado.
ESCENA PRIMERA
EL MAESTRO DE MÚSICA, el MAESTRO DE BAILE, el DISCÍPULO, MÚSICOS y BAILARINES
MAESTRO DE MÚSICA (A los músicos). -Venid..., entrad en esta sala y aguardad sentados a que llegue.
MAESTRO DE BAILE (A los bailarines). -Y vosotros también, pero a este otro extremo.
MAESTRO DE MÚSICA (Al discípulo). -¿Está ya eso?
DISCIPULO. -Sí.
MAESTRO DE MÚSICA. -Veamos.
MAESTRO DE BAILE. -¿Algo nuevo?
MAESTRO DE MÚSICA. -Sí. Una serenata que le ha mandado hacer aquí mismo, en tanto que nuestro hombre se sacude las sábanas.
MAESTRO DE BAILE. -¿Se puede ver?
MAESTRO DE MÚSICA. -Ahora, cuando él salga, podréis oírla, con sus recitativos y todo. Poco puede tardar ya.
MAESTRO DE BAILE. -Nuestras ocupaciones actuales, tanto las vuestras como las mías, no son grano de anís.
MAESTRO DE MÚSICA. -Ciertamente. Ambos hemos hallado al hombre que necesitábamos. Monsieur Jourdain, con sus ínfulas de cortesano, que se le han subido a la cabeza, es para nosotros una finca. ¡Lástima que no le imitaran los demás, para bien de vuestras danzas y de mi música!
MAESTRO DE BAILE. -Según y conforme... Yo estimo que no le estarían de más algunos conocimientos que le permitieran darse cuenta de nuestros trabajos.
MAESTRO DE MÚSICA. -Es verdad que no tiene ni idea de ellos, pero los paga bien, y, precisamente, esto es lo que ante todo, necesitan las artes.
MAESTRO DE BAILE. -Para mí la gloria es el mejor sustento, y no tengo inconveniente en confesaros que los aplausos me llegan a lo más íntimo. No puede haber mayor suplicio para un artista que el de producir para un público de ignorantes y padecer el juicio estúpido de un imbécil. No me neguéis que se experimenta un placer inefable ejecutando ante personas capaces de sentir la emoción del arte; que saben acoger con agrado las bellezas de una obra, y que, con su lisonjera aprobación, os recompensan de vuestro trabajo... Sí, la retribución más halagüeña que puede recibir el artista es la de verse comprendido, la de sentirse acariciado por el aplauso; nada hay, en mi concepto, que pague mejor nuestras fatigas; nada más exquisito que los elogios del entendido.
MAESTRO DE MÚSICA. -De acuerdo; y, como vos, yo disfruto igualmente de esas dulzuras. No hay nada, seguramente, que cosquillee nuestro amor propio como el aplauso; pero el incienso no alimenta. Los puros elogios no colocan a un hombre a cubierto de sus necesidades: hay que agregar algo más positivo, y la mejor manera de elogiar es abriendo la mano. Este hombre, en efecto, es muy corto de luces; habla a tontas y a locas y aplaude a destiempo.; pero su dinero rectifica los yerros de su espíritu. Sus bolsillos están llenos de discreción; sus elogios están acuñados. He aquí por qué este ricachón ignorante nos es más útil que el ilustrado señorón que nos introdujo en esta casa.
MAESTRO DE BAILE. -Hay algo de verdad en lo que acabáis de decir; pero me parece que hacéis demasiado hincapié en lo del dinero. El interés es algo tan mezquino que no merece el apego de un hombre honrado.
MAESTRO DE MÚSICA. -Sin embargo, ¿no os embolsáis, complacido, la plata que os da nuestro hombre?
MAESTRO DE BAILE. -Sin duda; pero no cifro en ello todas mis ambiciones. Desearía que a su fortuna uniera un poco de buen gusto.
MAESTRO DE MÚSICA. -Yo también lo desearía; y precisamente en ello estamos y a ese fin se encaminan nuestros esfuerzos. De todos modos, gracias a él podremos darnos a conocer en la corte; él pagará por los demás, y éstos elogiarán por él.
MAESTRO DE BAILE. -Aquí viene.
ESCENA II
MONSIEUR JOURDAIN, en bata y gorro de dormir, DOS CRIADOS, el MAESTRO DE MÚSICA, el MAESTRO DE BAILE, el DISCÍPULO, MÚSICOS y BAILARINES.
JOURDAIN. -¡Hola, señores! ¿Qué hay? ¿Vamos a ver esas bufonadas?
MAESTRO DE BAILE. -¿Cómo?... ¿A qué bufonadas os referís?
JOURDAIN. -¡Bah!... Pues ¿cómo le llamáis a eso? ¿Prólogo, intermedio o diálogo lírico-bailable?
MAESTRO DE BAILE. -¡Ah!
MAESTRO DE MÚSICA. -Ved que estamos listos.
JOURDAIN. -Os he hecho esperar un rato; pero es que hoy he querido vestirme como las personas de calidad, y mi sastre me ha enviado unas medias de seda que creí no llegaría jamás a ponérmelas.
MAESTRO DE MÚSICA. -Nuestra obligación es aguardaros.
JOURDAIN. -Os ruego a ambos que no os marchéis hasta que me hayan traído el traje, para que me lo veáis puesto.
MAESTRO DE BAILE. -Como os plazca.
JOURDAIN. -Me veréis bizarramente equipado de pies a cabeza.
MAESTRO DE MÚSICA. -¿Quién lo duda?...
JOURDAIN. -También me he mandado hacer esta bata
MAESTRO DE BAILE. -Que es preciosa.
JOURDAIN. -Me ha dicho mi sastre que es la prenda que usan por la mañana las gentes distinguidas.
MAESTRO DE MÚSICA. -¡Y qué bien os sienta!
JOURDAIN. -¡Hola!... ¿y mis criados?
CRIADO PRIMERO. -¿Qué manda el señor?
JOURDAIN. -¡Nada!
MAESTRO DE BAILE. -¡Magníficas!
(Jourdain se entreabre la bata para que le vean los calzones de terciopelo rojo y el justillo velludo verde que lleva puestos.) Ved esta ropilla para andar por casa.
MAESTRO DE MÚSICA. - Muy elegante.
JOURDAIN. -¡Criados!
CRIADO PRIMERO. -¡Señor!
JOURDAIN.-¿Y el otro criado?
CRIADO SEGUNDO. -¡Señor!
JOURDAIN(Quitándose la bata que entrega a los criados) -Tomad. (A los maestros.) ¿Estoy bien así?
MAESTRO DE BAILE. -Muy bien. No cabe mejor.
JOURDAIN. -Y ahora vamos a ocuparnos de vuestros asuntos.
MAESTRO DE MÚSICA. -Primeramente, quisiera haceros oír la serenata que me habéis encargado. Acaba de componerla uno de mis discípulos que tiene un talento extraordinario para estas cosas.
JOURDAIN. -Sí, pero no se deben encomendar ciertos trabajos a un estudiante. ¿No os bastáis vos para ello?
MAESTRO DE MÚSICA. -La condición de estudiante no debe llamaros a engaño. Hay discípulos que saben tanto como los más grandes maestros. La misma composición os lo demostrará, porque no puede oírse nada más lindo. Escuchad.
JOURDAIN (A los criados.) -Ponedme la bata para que pueda oír mejor... ¡Un momento! Creo que estaría mejor sin ella... No, dádmela. Indudablemente estaré mejor con la bata.
Músicos (Cantando.)
Desde que los rigores
de vuestros lindos ojos me prendieron,
yo sufro, día y noche, un mal extremo;
si así tratáis, oh Iris,
al que de vuestro amor vive cautivo,
¿qué tormento daréis al enemigo?
JOURDAIN. -Es una canción un poco lúgubre, soñolienta, Convendría que la remozaseis, alegrándola acá y allá.
MAESTRO DE MÚSICA. -Señor, la música tiene que acomodarse al cantable.
JOURDAIN. -Hace algún tiempo me enseñaron una letra preciosa. Aguardad... La... ¿Cómo decía?
MAESTRO DE BAILE. -No sé...
JOURDAIN. -Dentro de la composición hay una oveja.
MAESTRO DE BAILE. -¿Una oveja?
JOURDAIN. -¡Ah, sí! (Cantando.)
Yo creía a Juanita
Tan dulce como bella;
Yo creía a Juanita
Más dócil que una oveja.
¡Ya, ya!
¡Es más cruel mil veces
que el tigre de la selva!
¿No es preciosa?
MAESTRO DE MÚSICA. -¡La canción más bonita que he oído!
MAESTRO DE BAILE: ¡Y la cantáis maravillosamente!