Continuó con la improvisada lectura: el hombre había sido famoso y exitoso.
Con una capacidad que le permitió en poco tiempo, a pesar de su juventud, llegar
al puesto máximo de una empresa especializada en tecnología. Los logros, las
reuniones, los contactos lo habían obnubilado. Sus horas, los días, en fin su
vida dejó de pertenecerle. "Seguí así" le decían, lo que hacía que se sintiera
invadido por un extraño orgullo.
Últimamente no se daba cuenta si tenía hambre. Pero calculando un horario
comía, mejor dicho masticaba y tragaba. Luego adelantó una o dos páginas, sin
ansiedad por el final, como un movimiento automático. Su lectura se vio
interrumpida por un fuerte golpe: las llaves contra la mesa que adrede había
hecho esa mujer, su pareja.
Ella se sentó muy cerca de él y mientras le acariciaba la mano derecha tenía
la sensación de que le hablaba; luego empezó a caminar, por momentos su tono de
voz parecía elevarse. Se sintió un espectador privilegiado de una película de
cine mudo, donde se veía a una persona que gesticulaba, se agarraba la cara,
lloraba, improvisaba un aplauso mientras miraba hacia arriba como una súplica.
Tampoco faltaron los objetos rotos. Lo último que sintió fue como una especie de
sacudón en los hombros por parte de la actriz de aquella película.
Cuando se quedó en silencio agarró el libro, ahora sí quería terminarlo. Al
cerrar la empresa, el personaje observaba cómo se destruían sus sueños. Los
contactos desaparecieron. Las reuniones sociales fueron cambiadas por
encuentros en una parroquia con personas que habían quedado desocupadas, las
felicitaciones y halagos se habían convertido en palmadas de gente a la que
anteriormente nunca hubiese saludado.
Pensaba en lo que había sido, no en lo que era... Su realidad. Lo invadió el
odio, la bronca contra todo. Necesitaba un culpable, alguien que pague por sus
equivocaciones, por no haberle advertido a tiempo, por no mostrarle que existían
otras cosas importantes. En definitiva por su cobardía.
Casi en el final, no podía detener su lectura, ahora estaba atrapado por el
relato. El hombre era una especie de autómata, como una bomba a punto de
estallar. Alejado de todo, las discusiones con su pareja no cedían, todo lo
contrario, se incrementaban. Ella le recriminaba lo que no hacía: lo ponía de
frente a sus fracasos. Esto no podía ser más perturbador, incluso la que hablaba
constituía otro fracaso.
La última página fue leída con especial atención. Los gritos de la mujer
parecían oírse en aquel ambiente cerrado con olor a basura. Casi repentinamente
el personaje se levantaba y comenzaba a ahorcar a la mujer, que luego de
intentar desprenderse terminó por entregarse a esa muerte. Así terminaba la
historia. Respiró hondo, apoyó su frente contra la tapa y encorvándose hacía
movimientos de vaivén y un extraño sonido parecido a un llanto. Se levantó, le
cerró los ojos a su pareja que se encontraba muerta al pie de la biblioteca y se
fue a dormir.
Tranquilo.