-Rece a Dios e implore su misericordia... Hasta los Santos
Padres tenían dudas y pedían a Dios que fortaleciese su fe. El diablo posee un
inmenso poder y hemos de defendernos de caer bajo su dominio. Rece a Dios,
implore su gracia... ¡Rece! -añadió el sacerdote con precipitación.
Y calló un momento pensativo.
-He oído decir que se propone usted casarse con la hija de mi
feligrés a hijo espiritual, el príncipe Scherbazky -añadió sonriendo-. Es una
excelente joven.
-Sí -contestó Levin.
Y pensaba, sonrojándose por el sacerdote: «¿Por qué me dice
esto durante la confesión?» .
Y, como si contestase a su pensamiento, el sacerdote habló:
-Piensa usted contraer matrimonio y acaso Dios le conceda
descendencia, ¿no es eso? Pues, ¿qué educación podrá dar a sus hijos si no vence
la tentación del diablo que le arrastra a la incredulidad? -dijo con dulce
reproche-. Si quiere usted a sus hijos, como buen padre, deseará para ellos no
sólo las riquezas, el lujo y los honores, sino también la salvación, la
clarividencia espiritual en la luz de la verdad. ¿No es esto? ¿Y qué contestará
a sus inocentes hijos cuando le pregunten: «Papá, ¿quién ha creado todo lo que
he hallado en este mundo, la tierra, las aguas, el sol, las flores, las
plantas?». ¿Por ventura les dirá usted: «No lo sé»? Usted no puede ignorar lo
que el Señor, en su gran bondad, le revela. También pueden preguntarle sus
hijos: «¿Qué me espera en la vida futura después de morir?». Y ¿qué contestará
usted si lo ignora todo? ¿Qué les dirá? ¿Va a entregarles a la seducción del
mundo y del diablo? ¡Eso sería un grave mal!