-Mi pecado principal es la duda. Dudo de todo. La duda me
persigue casi en todo momento.
-La duda es propia de la debilidad humana -repitió el cura con
iguales palabras-. ¿De qué duda usted en especial?
-De todo. A veces dudo de la existencia de Dios -dijo Levin,
sin querer.
Y se horrorizó de la inconveniencia de lo que decía. Pero tas
palabras de Levin no parecieron causar al sacerdote impresión alguna.
-¿Qué duda puede caber de la existencia de Dios? -dijo el
sacerdote rápidamente, casi con una imperceptible sonrisa.
Levin callaba.
-¿Qué duda puede caber sobre el Creador cuando se contemplan
sus obras? -continuaba el sacerdote con su hablar rápido y monótono-. ¿Quién
adornó con astros la bóveda celeste? ¿Quién revistió la tierra de sus bellezas?
¿Cómo podrían existir todas estas cosas sin un Creador?
Y miró interrogativamente a Levin.
Éste comprendía que era poco delicado entrar en discusiones
filosóficas con el sacerdote y sólo contestó lo que se refería directamente a la
cuestión.
-No lo sé -repuso.
-Pues si no lo sabe ¿cómo puede dudar de que Dios lo ha creado
todo? -preguntó el sacerdote con alegre sorpresa.
-No comprendo nada -dijo Levin, sonrojándose al advertir la
necedad de sus palabras y lo inadecuadas que eran a la situación.