Su hermano Sergio Ivanovich, Esteban Arkadievich y la Princesa,
le orientaban en cuanto debía hacer. Y él se limitaba a conformarse con lo que
decían.
Sergio Ivanovich tomó para él dinero prestado, la Princesa le
aconsejó irse de Moscú después de la boda y Esteban Arkadievich le sugirió que
fuese al extranjero. Levin se mostró de acuerdo con todo.
«Ordenad lo que más os agrade», se decía. «Soy feliz y mi
felicidad no puede ser mayor ni menor por lo que vosotros hagáis o dejéis de
hacer.»
Y cuando comunicó a Kitty que Esteban Arkadievich les
aconsejaba ir al extranjero, le pareció sorprendente que ella no estuviese de
acuerdo y que tuviera para su vida futura sus propósitos determinados.
Kitty sabía que en el pueblo Levin se ocupaba en una empresa
que le apasionaba. Ella no comprendía aquellas actividades de su esposo ni
quería comprenderlas, pero no por esto dejaba de considerarlas importantes; y
como sabía que ellas exigirían su presencia en el pueblo, el deseo de Kitty era
ir, no al extranjero donde nada tenían que hacer, sino a la casa de su futura
residencia.
Tal decisión, expresada muy concretamente, extrañó a Levin.
Pero, como le daba igual marchar a un sitio que a otro, pidió inmediatamente a
Oblonsky, cual si éste tuviera tal obligación, que fuese al pueblo y lo
arreglase todo como mejor le pareciera y con aquel buen gusto que era natural en
él.
-Oye -dijo Esteban Arkadievich a Levin, al volver del pueblo
donde lo dejó dispuesto todo para la llegada de los recién casados-, ¿tienes el
certificado de confesión y comunión?