La
Carta
Los primeros recuerdos que vienen a mi mente desde mi tan
lejana niñez no son tristes, quizá debieran, pero tampoco felices. No he pensado
mucho en ello pero me parece que lo que me envolvía era una especie de
aceptación por como se habían dado las cosas; como si no hubiera posibilidad de
algo diferente; como si viviera una historia escrita ya. En realidad mis
aspiraciones en la vida no tuvieron origen en mis deseos más profundos, ni
siquiera en los triviales; nosotros nacíamos sabiendo que la vida era muy dura y
que lo que obtuviéramos en ella sería el producto de nuestro sacrificio. Por
ejemplo para las mujeres, lo importante era casarse con un hombre trabajador,
que no tuviera demasiados vicios, tener hijos buenos y un mediano pasar que
comprendía sólo lo estrictamente necesario; esto significaba haber tenido suerte
en la vida, aunque para ello hubiera que trabajar dieciocho horas diarias.
Las imágenes más vívidas que tengo pertenecen a la casa en
donde nací. Era por la "vía vieja", llamada así porque había una vía de
ferrocarril en desuso. Incluso creo recordar a un hombre a caballo que pasaba,
momentos antes que el tren, haciendo sonar un cornetín para avisar a la gente.
Pero a veces se me confunden los recuerdos con las historias y de esto último no
estoy muy segura si lo vi o escuché a alguien contarlo.
La casa era vieja y pobre, de las llamadas chorizo. La puerta
de entrada daba a un pequeño zaguán que terminaba en un patio con galería al que
daban los dos únicos dormitorios. En un rincón del patio pero con el frente
hacia el fondo, estaba el baño que era en realidad un diminuto cuadrado que en
verano estaba siempre lleno de moscas, robado al propio patio, con una puerta de
madera que no llegaba al suelo. Esta circunstancia era la causa de mi bochorno
al hacer mis necesidades, ya que desde afuera, aunque no sin malicia, podía
observarse la incómoda posición del que se encontraba adentro. Preciosa
oportunidad de divertirse que mis hermanos mayores raras veces desperdiciaban,
por lo cual evacuar se había convertido para mí en una verdadera tortura.
Adentro sólo había un pozo en la tierra y un balde con agua que cada uno debía
volver a llenar en el aljibe después de usarlo para limpiar el pozo.
Todavía me parece ver la situación que a menudo se daba en casa
cuando mamá le encargaba a Juan, el hermano mayor, que barriera el patio. Él,
displicentemente tomaba la escoba y con aires de importancia le hacía notar a
Ñata, nuestra hermana de seis años, que ella no era digna de ese trabajo, por lo
cual no podría hacerlo, acto seguido Ñata le arrebataba la escoba de las manos y
repitiendo "y yo sí...y yo sí..." hacía prolijamente el trabajo encomendado a
Juan. Y esto se repetía regularmente, aún con otros trabajos y a pesar de que
Juan se burlaba de su credulidad cuando ella, satisfecha, quería demostrarle que
sí había podido hacerlo, y mucho mejor que él. -Gracias tonta- solía decirle
entre risas; ella entonces se enfurecía pero volvía a caer en la próxima.