Nunca he temido cuestionarme a mí mismo, desdecirme,
autocriticarme, romper con el pasado para emprender nuevos rumbos. Muchas de mis
ideas y aun teorías se me revelaron con el paso del tiempo tan sólo como errores
necesarios, hitos, etapas que debí vivir y superar en el camino de mis
búsquedas, como figuras de la fenomenología hegeliana o años de aprendizaje de
la novela romántica. Confío en que las contradicciones de las distintas partes
se resuelvan en la coherencia de todo el recorrido. Si los últimos ensayos son
los que en cierto modo realizan la síntesis, el lector podrá tal vez preguntarse
si tiene alguna importancia detenerse en lo que no fueron sino gérmenes,
esbozos. ¿No vale la pena empezar por el final? No, pienso como Hegel que la
verdad no es sólo el resultado sino el camino y no puede salteárselo. El lector,
por su parte, está recorriendo su propio trayecto y en él puede tal vez serle
más enriquecedora una etapa ya superada por mí. Páginas escritas para otros
pueden tener distintas resonancias en la conciencia de nuevos lectores a quienes
no les estaban destinadas. Además, el resultado mismo es apenas provisorio, otra
tentativa más, y el punto de llegada tan sólo un nuevo punto de partida.
Pronto va a hacer medio siglo que comencé mi vida como
escritor. Mirando retrospectivamente ese largo camino recorrido me siento
dividido por sentimientos ambivalentes. Mis libros son muy leídos, han logrado
éxitos inusuales dada la índole de los temas, y recibo permanentes muestras de
admiración y afecto por parte de innumerables lectores desconocidos. Pero, al
mismo tiempo, y en flagrante contradicción soy blanco del ataque, a veces del
más sutil silencio por parte de colegas, de críticos profesionales, o del desdén
de funcionarios de las entidades de cultura.
La prueba del éxito de mis libros está dada también por la
indignación que provocan; guardo abundantes recortes periodísticos con
diatribas, insultos. No he rehuido y aun he buscado la polémica, y las críticas
inteligentes, basadas en una lectura seria, me han servido de estímulo para
superarme, para corregir errores, reforzar o sutilizar mis posiciones. Pero más
frecuentemente la crítica literaria es sustituida por el trivial gacetillero que
hojea distraídamente en busca de una frase a partir de la cual impugnar no sólo
la obra en su totalidad sino también al autor. He descubierto con el correr de
los años que el rechazo suele ser la otra cara del reconocimiento, y he
aprendido a enorgullecerme también de mis adversarios.