Prólogo
Cuando iniciamos nuestro programa de radio
Música y Comentarios, en junio de 1993 decidimos incluir un micro al que
llamamos "El rincón del recuerdo". Se escuchaba un vals de don Osvaldo Pugliese
-"Desde el Alma"- y, de inmediato, salían al aire estas
palabras:
La historia de un pueblo la va construyendo el tiempo
a través de cada uno de sus habitantes.
Los grandes y los pequeños.
Todo
importa.
Y entran en el inventario también las casas, los árboles, las
veredas desparejas, los palos borrachos cuajados de flores, los jacarandaes
compitiendo con el cielo.
Guardar memoria de los sitios que nos vieron crecer
y madurar es ayudar a reconstruir nuestra propia historia.
Quien no la posea,
no poseerá tampoco la dicha de envejecer saboreando recuerdos.
Momento de la
nostalgia.
La memoria de un pueblo permite su crecimiento.
Creemos que en esto reside su importancia. La memoria
permite el crecimiento de la comunidad. Lo que habitualmente conocemos por
memoria parece ser algo individual que forma parte de la vida cotidiana: la
lista de las compras para no olvidar lo que se terminó en casa, los nombres y
apellidos de conocidos y parientes lejanos, las fechas de los cumpleaños, las
letras de las canciones, todas las tareas que habitualmente nos obligan a
memorizar.
En cambio, hoy la mayor parte de los
estudiosos coinciden en que la memoria es de naturaleza social. Es una
construcción activa (Finocchio, 1997)[1] y compartida. Aún cuando involucre un proceso
personal, individual, éste se basa en interacciones con otros, ya sean personas,
objetos o palabras dichas por alguien.
Nunca se repite exactamente lo que
pasó, sino que se reconstruye dependiendo de cada historia personal, de
disposiciones, del momento y el lugar en que se encuentra.
Cada uno de nosotros construye
su propia memoria en interacción con los demás y, de esta manera,
conformamos nuestra identidad.