Atravesó el jardín, mientras algunas plantas florecían de forma casi
espontánea. Al cerrar la verja, Raúl respiró hondo.
-Debo
estar volviéndome loco -se dijo a sí mismo entre dientes.
De nuevo
pasó inquieto la noche. Amaneció y se dispuso a salir temprano hacia la agencia.
Como tenía tiempo pasó por la casa en polémica, como dejándose llevar por la
morbosidad. Llegó al callejón y se detuvo ante el jardín. Observó la vivienda en
su conjunto y pensó que aquel caso suponía el reto más importante de toda su
vida, pero no tenía mucha esperanza en lograr completarlo.
-A
fin de cuentas -pensó- lo que más complejo nos resulta en la vida es comprender
aquello que desconocemos. Y yo de este asunto no sé decir nada, porque soy un
ignorante absoluto.
Llegó a la
oficina. Estaba a punto de decirle a su jefe que quería dejar el asunto y
dedicarse a otras gestiones inmobiliarias. Había tenido éxito en su trabajo
desde que llegó. Y creía que merecía un respiro, en especial ante un desafío tan
resistente.
-Disculpe,
pero. quería decirle que la casa de la calle Niña es un.
-Raúl, no
te equivoques. Sé lo que me vas a decir.
-Pero
-intentó rebatir.
-No hay
objeciones. Voy a ir al grano. O consigues zanjar el asunto o. prescindiré de
tus servicios en esta agencia.
-Pero no
creo que sea.
-No te
pago para que tengas opinión. Yo soy aquí el que doy órdenes. Y si me disculpas,
ahora tengo trabajo. Buenos días.
Raúl salió
hacia su destino con un nivel de desmotivación sin igual. Pensó que la
mentalidad de aquel empresario era deplorable y que muchas veces los jóvenes
tienen que soportar situaciones precarias de trabajo y además, sin poder
protestar.