-Y sé hacer muchas más cosas, te lo aseguro. Estos años me han servido para
aprender muchos trucos.
-No lo
pongo en duda -añadió Raúl.
Hubo de
nuevo un instante de silencio. Al fin la longeva señora lo rompió con una
pregunta.
-¿Y qué es
lo que querías que negociáramos?
Bueno, en
realidad creo que primero quisiera hacerla partícipe de cómo me siento. La
verdad es que yo no le he hecho nada a usted. Y creo que no merezco su actitud.
Sólo cumplía con mi obligación laboral. Y no me parece que por su culpa la gente
comience a desconfiar de mí, mi jefe ya no me mire de igual forma, y haya
perdido hasta noches de sueño. Definitivamente, no me merezco todo lo que me ha
hecho sufrir. Además, ya no le tengo tanto miedo, y la veo hasta un poco
patética. Yo sólo quería vender esta casa y conseguir algo de dinero para
continuar estudiando. Usted me ha quitado las ganas de seguir adelante con mis
proyectos. Y otra cosa, espectro, creo que sus métodos son ineficaces,
totalmente previsibles y muy tópicos. Debería usted innovar si quiere tener
algún éxito en esta sociedad en constante cambio. De no ser así, creo que en
lugar de despertar miedos va a arrancar auténticas
carcajadas.
La anciana
estaba perpleja. Nadie se había atrevido antes a cuestionar a un fantasma, a
poner en entredicho sus métodos y a pedirle negociación. Definitivamente, el
mundo estaba cambiando. Y la juventud se creía con más derechos que nunca. No
podía ser verdad todo aquello que estaba ocurriendo. Era paradójico que el joven
tomara con naturalidad la presencia de un "ente" del "más allá" y ella en cambio
considerara como insólita la presencia de un joven exigente y respondón, y quizá
hasta algo consentido y malcriado. El fantasma, o la anciana, o lo que fuera
aquello que también tenía sentimientos, respiró profundamente y se decidió a
responder.