Los tres 
rieron de forma forzada mirando para todos lados y preguntándose por dónde 
demonios había aparecido eso. Al seguir visitando las habitaciones, no cesaban 
los sucesos desagradables. Un sonido constante, como de ronquido, parecía 
haberse apoderado de la casa, contribuyendo a la risa histérica de la señora que 
cada vez tenía más prisa por abandonar el lugar. Así, la visita se convirtió en 
pocos minutos en una auténtica Gymkhana. 
Todo lo 
extraordinario que aconteciera parecía tornarse en lo más natural del mundo. 
Así, la puerta se movía, se abría y se cerraba, y todos reían al compás como si 
de algo normal se tratase. Al paso de los "visitantes", las flores del jardín 
que estaban cerca del camino iban marchitándose de forma prodigiosa. La risa iba 
en aumento, al igual que el paso de los tres. Al salir, el matrimonio echó a 
correr y Raúl no pudo reaccionar. Sólo oyó de fondo un "ya lo pensamos y te 
llamamos" educado, de labios del señor, que sonó de lo más hipócrita. 
Sin 
pararse a cenar en el restaurante habitual, Raúl siguió el camino hacia su 
apartamento. Llegó, se duchó, y se sentó en el sofá tratando de asimilar todo lo 
ocurrido. 
-Dios 
-dijo para sí- esto es surrealista.
Y pensando 
en todo lo que había sucedido se echó a reír, de nerviosismo, de desesperación o 
de desconcierto. No sabía poner nombre a todo lo que estaba sucediendo. Y por el 
cansancio, se fue a dormir pronto. Esa noche no tuvo pesadillas, aunque la 
almohada amaneció mojada, índice irrevocable de nerviosismo e inquietud. 
Por la 
mañana, debido a su carácter obstinado y persistente, fue a la casa antes del 
trabajo. Con miedo, pero decidido, entró sin pensarlo dos veces. Una vez dentro, 
los sucesos extraños no se hicieron esperar. La puerta se cerró bruscamente. 
Ante este hecho, Raúl se decidió por la calma y se sentó en el sofá. Pero el 
miedo le sobrevino cuando vio en el espejo del salón una frase pintada en rojo: 
Voy a por ti. Te arrepentirás de haber 
venido. Aunque no podía soportar aquel espantoso lugar y tuvo el impulso 
de abandonarlo, le pudo más el cansancio y la curiosidad que el mismo 
sentimiento de terror. Así que, tras oír todo tipo de lamentos, suspiros, 
ronquidos y "uhs", continuó un rato más sentado en el sofá y se decidió a hablar 
en voz alta.