Las valoraciones de los usuarios habían sido muy positivas. Y él había 
crecido en seguridad, iniciativa y decisión. No obstante había que reconocer que 
Raúl, el joven agente inmobiliario, había tenido suerte por distintos motivos. 
Primero porque la llegada de una bajada en los tipos de interés de los préstamos 
hipotecarios había animado a jóvenes parejas a buscar la vivienda de sus sueños, 
y a familias ya establecidas, a cambiar de lugar de residencia. Por otro lado, 
Raúl tampoco se había topado con clientes excesivamente exigentes o con 
situaciones profundamente embarazosas. De hecho daba gracias por la suerte que 
había tenido cada día y se lamentaba por situaciones como la que había vivido 
una de sus compañeras. Y es que el titular principal de la semana anterior de 
todos los periódicos de la ciudad expresaba de una forma una otra cómo una 
inquilina se había negado a abandonar su propia casa. Raúl saludaba a su 
compañera cada mañana al entrar en la oficina y pensaba: "Dios, si me sucede un 
episodio así, creo que cambio de oficio". Pero se regocijaba en su buena suerte 
y olvidaba la situación embarazosa que su compañera Dolores tuvo que presenciar 
cuando la inquilina de la casa que había vendido se negó a abandonarla, y entre 
amenazas e intentos de incendio, fue sacada del inmueble por cuatro policías. 
Los periódicos, por cierto, relataban con detalle cómo cada gendarme la llevada 
agarrada fuertemente de una extremidad mientras ella se retorcía y profería todo 
tipo de insultos contra ellos, el alcalde, la agente inmobiliaria, los nuevos 
inquilinos y hasta el presidente del gobierno. 
Raúl se 
llevó buenas comisiones por sus magníficas ventas. Por eso, su jefe le propuso 
un reto de mayor ambición: vender la casa de la calle Niña. 
Se trataba 
de una vivienda antigua, de grandes dimensiones y muy bonita, principalmente por 
el pequeño, aunque siempre florido jardín. No obstante, tenía una serie de 
inconvenientes. El primero consistía en estar en un callejón poco iluminado que 
con el paso del tiempo y el auge de la construcción, quedaría reducido a un 
rincón oscuro y casi insalubre. De hecho ya las nuevas constructoras amenazaban 
con sus grandes edificios. La otra gran desventaja procedía de la siembra que 
ciertas leyendas urbanas habían hecho 
en la propiedad. Algunos vecinos, ya de edad más que prudente, habían asegurado 
durante años que en la casa se oían voces, lamentos, gritos y pasos. Los niños 
rehusaban acercarse a la verja de entrada. Y los más atrevidos la saltaban y 
daban algunas carreras por el jardín, pero no llegaban a más, relatando 
posteriormente las terribles pesadillas que les había producido el contacto con 
la dichosa casa.