Raúl abrazó a la fría anciana. Ese gestó bastó para que el fantasma recobrara 
un cierto color en su semblante. Las lágrimas se escaparon de los ojos de ambos. 
No hubo más palabras, sólo un cariño impreso en el corazón. 
Al cabo de 
unos meses Raúl pasó por la ciudad. Lo primero que hizo fue llegar a la calle 
Niña para ver la casa. Intuía que la anciana no estaría allí. Pero su sorpresa 
fue aún mayor: el edificio había sido demolido para proceder a la construcción 
de apartamentos de lujo. No obstante, el ahora estudiante no sintió tristeza. 
Habían demolido la casa, pero madamme 
Marie no había desaparecido con ella. Estaba en el corazón del muchacho, y 
seguiría allí. Se había impregnado de sus enseñanzas de forma radical, y puede 
que incluso después de muerta. 
Pasó por 
la calle principal. Había cientos de personas caminando. Algunos parecían zombis 
sin vitalidad. Otros, simples autómatas sin voluntad ni control. También algunos 
niños corrían por la calle, alegrando el improvisado escenario. 
Cuánta 
razón tiene Marie -pensó.