Hubo silencio. Raúl sintió que su anciana amiga tenía razón. Pero quiso 
indagar más. No estaba convencido del todo y no podía abandonar esa casa sin 
tener respuestas convincentes. 
-Sí, pero 
hábleme de usted. 
-Está 
bien. No sé muy bien qué debo contarte. Sólo decirte que he estado mucho tiempo 
tratando de llamar la atención. En realidad en esta ciudad todos me conocen por 
eso. Hasta el estúpido de tu jefe. ¿De verdad pensabas que no me conocía? Te 
equivocas. Él mismo ha venido en persona cientos de veces a tratar de 
convencerme de que entre en razón. Lo que pasa es que después se avergüenza de 
mí. Es increíble pero la mayor parte de las personas se avergüenza de conocer a 
esa gente que pertenece a un pasado que consideran indecoroso o lejano. En esta 
localidad todos conocen a todos, como te he dicho. Y te aseguro que en algún 
momento cada uno ha sido parte de la vida de los demás con mayor o menor 
intensidad. Pero por lo que sea, al subir de nivel social o al cambiar de 
estado, dejan a un lado a personas que antes fueron importantes. Pero si hubiera 
un interés de fondo, te aseguro que volvería la euforia de ese cariño ya 
inexistente. No soporto eso. 
-Estoy de 
acuerdo, aunque no entiendo bien qué quiere decir. 
-Es que 
soy ya muy anciana y me cuesta expresarme con acierto. Lo siento. Pero tengo la 
gran ventaja de que la veteranía da "soltura lingüística". Cuando una es vieja 
se puede permitir decir lo que quiera o sienta. Pero no quiero desviarme del 
tema. Sólo quiero decirte que todos, absolutamente todos, aparentamos en 
distintos periodos de nuestras existencias lo que no somos. Hay gente, como yo, 
que por necesidad interpretamos permanentemente un papel de novela. Otros, sólo 
en ciertos momentos de su vida. Y hay personas que lo hacen en el trabajo o en 
casa o en ambos. Por eso, ni vida, ni muerte. A veces es adecuación a la 
circunstancia.