Raúl se volvió lentamente hacia el asiento que había desocupado previamente, 
tratando de recuperar la confianza. 
-Soy Raúl. 
¿Y usted?
-Puedes 
llamarme, no sé, madamme Marie. 
Siempre he preferido que me llamen así. Tiene bastante glamour, ¿no te 
parece?
-No lo 
pongo en duda. 
Estuvieron 
hablando durante largo rato. No había tensiones entre ellos. Sin darse cuenta 
habían ganado bastante confianza. Y la anciana prometió ayudar al joven en todo 
lo que estuviera en su mano.
Esa semana 
Raúl visitó a madamme Marie cada día. Le despertaba una gran ternura la señora 
fantasmal y la sentía como una persona cercana.
Al cabo de 
unas semanas ya Raúl le había contado sus proyectos de dejar la agencia 
inmobiliaria y volver a la universidad para terminar sus estudios. Al mismo 
tiempo, Marie le había dado buenos consejos para que tuviera éxito en todas sus 
iniciativas. Y había accedido a que unos compradores fueran a visitar la casa. 
No obstante, cuando el posible futuro comprador dijo en voz alta que la casa 
estaba en ruinas y que la única solución era la de demoler el inmueble, madamme Marie montó en cólera desde su 
oculto rincón e hizo un par de trucos que produjeron espanto y horror. 
-Madamme. -dijo 
Raúl indignado- me marcho, porque creo que ya he visto bastante espectáculo por 
hoy. 
Raúl 
estuvo varios días sin aparecer por allí puesto que tenía que resolver diversas 
gestiones relacionadas con su futuro, entre ellas, la matrícula universitaria. 
Llegó por la casa y abrió la puerta. Allí, en un sillón sentada, encontró a la 
señora muy triste. 
-¡Raúl! 
-exclamó-. Pensé que me habías olvidado.
-Le 
aseguro que no podría olvidarla jamás. Perdone, pero he tenido que salir de la 
ciudad para resolver algunos asuntos. He decidido abandonar el trabajo para 
terminar mis estudios. 
-¡Qué 
alegría me das! -dijo con sinceridad.