Llegó a la casa. La puerta exterior estaba abierta y antes de llamar al
timbre, escuchó un dulce "pasa adelante". En el salón, sentada en un sillón muy
deteriorado, se hallaba la anciana. Al agente inmobiliario le agradó sobremanera
encontrar al espectro perfectamente ataviado con un modelo quizá de principios
del siglo XX, pero casi impecable. Llevaba el cabello recogido y un broche de
oro en el pecho. Sonrió, como manifestando su satisfacción por haber logrado
sorprender de nuevo al joven.
-Me he
vestido bien para causar buena sensación -dijo- espero no despertar en ti miedo,
porque me caes muy bien y no quisiera generar mala impresión.
-Gracias.
La verdad es que venía un poco preocupado porque ignoraba lo que me encontraría
hoy.
La anciana
hizo un ademán al joven invitándolo a tomar asiento. Éste accedió y movió
levemente la cabeza a manera de aprobación.
-Te veo
triste. No sé si quieres hablar de algo -dijo la anciana en tono de total
confianza.
-No sé
cómo voy a pedirle esto. Tengo un problema.
-Cuéntame.
De veras que hace mucho tiempo que nadie me cuenta sus cosas. Estoy deseando
oírte -añadió la Señora con mucho entusiasmo.
-Creo.
creo que no le va a hacer ni chispa de gracia este tema. Me temo que voy a dejar
de caerle bien.
-A ver,
por favor, ve directamente al grano -increpó.
-Bueno,
lo intentaré. Mi jefe me ha dicho que tengo que conseguir vender esta casa. Si
no lo logro perderé mi empleo.
Inmediatamente
las lámparas empezaron a moverse solas. Las puertas se abrieron y cerraron y la
anciana emitió un rugido horrible. Raúl se puso en pie y trató de ir hacia la
puerta. Pero todo se calmó de nuevo y se oyó la dulce voz de la anciana
dirigiéndose a su visitante.
-Perdona,
joven, tengo un carácter muy fuerte. Además esto no iba contra ti, sino contra
el ambicioso de tu jefe. Es una mala persona, estoy segura. Lo siento de veras.
Por cierto, no me has dicho tu nombre.