¿No existen en el organismo funciones repugnantes cuyo
funcionamiento regular es necesario a La salud individual? ¿Acaso no detestamos
el sufrimiento? Y, sin embargo, el ser que no lo conociera sería un monstruo. El
carácter normal de una cosa y los sentimientos de repugnancia que inspira, hasta
pueden llegar a ser solidarios. Si el dolor es un hecho normal, es a condición
de no ser amado; si el crimen es normal, es a condición de ser odiado. Nuestro
método no tiene, pues, nada de revolucionario. En cierto sentido, es hasta
esencialmente conservador, pues considera los hechos sociales como cosa, cuya
naturaleza, por flexible, y maleable que sea, no es, sin embargo, modificable a
voluntad. ¡Cuánto más peligrosa es la doctrina que no ve en los hechos sociales
sino el producto de combinaciones mentales, que un sencillo artificio dialéctico
puede en un momento trastornar completamente!
Además, como se está habituado a representarse la vida social
como el desarrollo lógico de conceptos ideales, se juzgará, quizá, grosero un
método que hace depender la evolución colectiva de condiciones objetivas
definidas en el espacio, no siendo tampoco imposible que se nos Tache de
materialistas. Sin embargo, podríamos reivindicar más justamente la calificación
contraria. Pues ¿acaso no está contenida la esencia del espiritualismo, en la
idea de que los fenómenos psíquicos no pueden derivarse inmediatamente de los
fenómenos orgánicos? Ahora bien; nuestro método no es, en parte, más que una
aplicación de este principio a los hechos sociales. Así como los espiritualistas
separan el reino psicológico del biológico, nosotros establecemos también la
necesaria separación entre el primero y el social; como ellos, no queremos
explicar lo más complejo por lo más simple. Sin embargo, hablando con precisión,
no nos conviene exactamente ninguno de los calificativos; el único que aceptamos
es el de racionalista, En efecto; nuestro objetivo principal es extender el
racionalismo científico a la conducta humana, haciendo ver que considerada en el
pasado, es reductible a relaciones de causa y efecto, que una operación no menos
racional puede transformar más tarde en reglas de acción para el porvenir. Lo
que se llamó nuestro positivismo, es una consecuencia de éste racionalismo. Para
comprender y dirigir el curo de los hechos, sólo se puede prescindir de ellos en
la medida en que se los considere irracionales. Si son por completo
inteligibles, bastan a la ciencia y a la práctica; a la ciencia, porque entonces
no existe ningún motivo motivo para buscar fuera de ellos su razón de ser; a la
práctica, porque su valor útil es una de estas razones. Creemos, pues, que
especialmente en nuestro tiempo de renaciente misticismo, semejante empresa
puede y debe ser acogida sin inquietud y hasta con simpatía por todos aquellos
que, aunque no estén conformes con todos nuestros puntos de vista, comparten
nuestra fe en el porvenir de la razón.