PRÓLOGO
Estos relatos -diversos en género, estilo y
eficacia- que a continuación se exponen reunidos en este volumen
son, tal vez, uno solo y el mismo. El imaginario popular, lugar en el que se
guardan las memorias inciertas del pasado, siempre abierto al esclarecimiento
del presente, y, tal vez, del porvenir, ha sido la fuente principal de donde se
ha nutrido esta colección. El orden y la composición me
pertenecen, sepan los lectores disculpar aquellos olvidos y adulteraciones,
inadvertidas formas de la ingratitud de las que se culpa este escriba, conocedor
del carácter fantasmal de todo recuerdo y culpable -como todo
amanuense- de ceder a la inevitable y, muchas veces inconsciente,
tentación de mixturar lo propio con lo ajeno.
Los imitadores es una historia que me fue contada por un
anciano melancólico, amante del tango y de buen gusto para las mujeres,
entre desconsolados trozos de pizza y restos de cerveza abandonada, en Buenos
Aires, mientras mirábamos el desfile incesante de gente y autos sobre una
avenida gris, que bien podría ser Corrientes o cualquier otra. La
narración -que preferí volcar al papel en primera persona
para realzar su crudeza- está cargada de ese descreimiento
típico de aquel hombre, tal vez, también de mi propia impiedad.
Asimismo, de aquella capital del sur aparecieron dos narraciones más,
El eco del señor de los ngokoro y Paula del Pilar
Azconzábal. Interesa poco ahora
desentrañar si estas historias me las contaron, si las imaginé o, si ambas son
el producto de experiencias personales, previsiblemente desfiguradas; por
cierto, cuando estuve en Tanzania nadie pudo recordar nada acerca de la primera,
en cuanto a la otra, debo admitir que, al menos en parte, se asemeja a una
especie de confesión.