En el momento de despedirme, pregunté:
-A propósito, ¿pronunció ante usted el oficial ese, el nombre
del rival rechazado?
-Sí.
-¿Y se llama?
-Wilhelm Storitz.
-¿Wilhelm Storitz...? ¿Es hijo del químico, o del
alquimista?
-Justamente.
-¡Caramba! Pues es el nombre de un sabio a quien sus
descubrimientos han hecho célebre ya. ¿No murió?
-Sí, hace algunos años; pero su hijo vive.
-¡Ya!
-Y hasta, según mi comunicante, el tal Wilhelm Storitz es un
hombre de temer.
-¿De temer? ¿Por qué?
-No sabría decir por qué; pero a creer al oficial de la
Embajada, el tal individuo no es un hombre como los demás.
-¡Caramba! -exclamé alegremente-. ¡He aquí una cosa
interesante! ¿Por ventura nuestro infeliz enamorado tendría tres piernas, o
cuatro brazos, o aunque no sea más que un sexto sentido?