«Siendo usted francés, tiene derecho de ciudadanía en Hungría»,
dijo en otro tiempo un posadero a uno de nuestros compatriotas, y con esta frase
tan cordial se hacía intérprete de los sentimientos del pueblo magiar respecto a
Francia.
Escribí, pues, a Marcos, contestando a su última carta,
rogándole manifestase a Myra Roderich que mi impaciencia era igual a la suya y
que su futuro cuñado ardía en deseos de conocer a su futura cuñada; añadía que
iba a partir sin pérdida de tiempo; pero que no me era posible precisar el día
de mi llegada a Raab, toda vez que eso dependía de los azares e incidencias del
viaje, daba, con todo, seguridades a mi hermano de que en modo alguno me
detendría en el camino.
Así, pues, si la familia Roderich lo deseaba, podía, sin más
dilaciones, proceder a señalar la fecha del matrimonio para los últimos días de
mayo.
«Les suplico -decíales a modo de conclusión-, que me cubran de
maldiciones, si cada una de mis etapas, no se halla marcada por el envío de una
carta indicando mi presencia en tal o cual ciudad; escribiré algunas veces, las
precisas para que la señorita Myra pueda evaluar el número de leguas que me
separarán aún de su ciudad natal. Pero en todo caso anunciaré en tiempo oportuno
mi llegada, a la hora y si es posible al minuto preciso. »
La víspera de mi partida, el 13 de abril, acudí al despacho del
subjefe de policía, con quien me unía una cordial amistad, a despedirme y
recoger mi pasaporte. Al entregármelo, me encargó saludase afectuosamente a mi
hermano, a quien conocía por su reputación y personalmente, y de cuyos proyectos
de matrimonio se hallaba enterado.
-Sé, además -agregó-, que la familia del doctor Roderich, en la
que va a entrar su hermano, es una de las más respetables de Raab.