La familia Roderich se componía del doctor, de su esposa, de su
hijo el capitán Haralan, y de su hija Myra.
No pudo Marcos tratar a esta familia sin sentirse impresionado
por la gracia y la belleza de la muchacha, lo cual había prolongado
indefinidamente su estancia en Raab. Pero si Myra Roderich le había agradado, no
es mucho atreverse a decir que él por su parte había agradado a Myra
Roderich.
Habrá de concedérsele que lo merecía, pues Marcos era -¡lo es
todavía, gracias a Dios!- un joven encantador y arrogante, de una estatura algo
más que mediana, los ojos de un azul intenso, cabellos castaños, frente de
poeta, la fisonomía feliz de un hombre a quien la vida se ofrece bajo sus más
risueños aspectos, el carácter dúctil y maleable y el temperamento de artista
fanático de las cosas hermosas.
En cuanto a Myra Roderich, no la conocía yo más que por las
apasionadas descripciones de las cartas de Marcos, y ardía en deseos de
verla.
Más vivamente que yo, deseaba mi hermano presentármela;
instábame a que acudiera a Raab, como jefe de la familia, y no se contentaba con
que mí estancia durase menos de un mes. Su prometida -no cesaba de repetírmelo-
me aguardaba con impaciencia, y tan pronto como llegara, se fijaría la fecha del
matrimonio; pero antes quería Myra haber visto, pero visto con sus propios ojos,
a su futuro cuñado, del que tanto bueno se decía -¡así, en verdad, se expresaba
ella, al parecer! Es lo menos que se puede pedir, el juzgar por uno mismo a los
miembros de la familia en que se va a entrar. Decididamente, no pronunciaría el
sí hasta después de que Enrique le hubiera sido presentado por Marcos.