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Prólogo
Suponiendo que la verdad sea una mujer -,
¿cómo?, ¿no está justificada la sospecha de que todos los filósofos, en la
medida en que han sido dogmáticos, han entendido poco de mujeres?, ¿de que la
estremecedora seriedad, la torpe insistencia con que hasta ahora han solido
acercarse a la verdad eran medios inhábiles e ineptos para conquistar los
favores precisamente de una hembra? Lo cierto es que la verdad no se ha dejado
conquistar: - y hoy toda especie de dogmática está ahí en pie, con una actitud
de aflicción y desánimo. ¡Si es que en absoluto permanece en pie! Pues burlones
hay que afirman que ha caído, que toda dogmática yace por el suelo, incluso que
toda dogmática se encuentra en las últimas. Hablando en serio, hay buenas
razones que abonan la esperanza de que todo dogmatizar en filosofía, aunque se
haya presentado como algo muy solemne, muy definitivo y válido, acaso no haya
sido más que una noble puerilidad y cosa de principiantes; y tal vez esté muy
cercano el tiempo en que se comprenderá cada vez más qué es lo que propiamente
ha bastado para poner la primera piedra de esos sublimes e incondicionales
edificios de filósofos que los dogmáticos han venido levantando hasta ahora, -
una superstición popular cualquiera procedente de una época inmemorial (como la
superstición del alma, la cual, en cuanto superstición del sujeto y superstición
del yo, aún hoy no ha dejado de causar daño), acaso un juego cualquiera de
palabras, una seducción de parte de la gramática o una temeraria
generalización de hechos muy reducidos, muy personales, muy humanos, demasiado
humanos. La filosofía de los dogmáticos ha sido, esperémoslo, tan sólo un hacer
promesas durante milenios: como lo fue, en una época aún más antigua, la
astrología, en cuyo servicio es posible que se hayan invertido más trabajo,
dinero, perspicacia, paciencia que los invertidos hasta ahora en favor de
cualquiera de las verdaderas ciencias: - a la astrología y a sus pretensiones
«sobreterrenales» se debe en Asia y en Egipto el estilo grandioso de la
arquitectura. Parece que todas las cosas grandes, para inscribirse en el corazón
de la humanidad con sus exigencias eternas, tienen que vagar antes sobre la
tierra cual monstruosas y tremebundas figuras grotescas: una de esas figuras
grotescas fue la filosofía dogmática, por ejemplo la doctrina del Vedanta en
Asia y en Europa el platonismo. No seamos ingratos con ellas, aunque también
tengamos que admitir que el peor, el más duradero y peligroso de todos los
errores ha sido hasta ahora un error de dogmáticos, a saber, la invención por
Platón del espíritu puro y del bien en sí. Sin embargo, ahora que ese error ha
sido superado, ahora que Europa respira aliviada de su pesadilla y que al menos
le es lícito disfrutar de un mejor - sueño, somos nosotros, cuya tarea es el
estar despiertos, los herederos de toda la fuerza que la lucha
contra ese error ha desarrollado y hecho crecer. En todo caso, hablar del
espíritu y del bien como lo hizo Platón significaría poner la verdad cabeza
abajo y negar el perspectivismo, el cual es condición fundamental de toda
vida; incluso, en cuanto médicos, nos es lícito preguntar: «¿De dónde procede
esa enfermedad que aparece en la más bella planta de la Antigüedad, en Platón?,
¿es que la corrompió el malvado Sócrates?, ¿habría sido Sócrates, por lo tanto,
el corruptor de la juventud?, ¿y habría merecido su cicuta?» - Pero la lucha
contra Platón o, para decirlo de una manera más inteligible para el «pueblo», la
lucha contra la opresión cristiano-eclesiástica durante siglos -pues el
cristianismo es platonismo para el «pueblo»- ha creado en Europa una magnífica
tensión del espíritu, cual no la había habido antes en la tierra: con un arco
tan tenso nosotros podemos tomar ahora como blanco las metas más lejanas. Es
cierto que el hombre europeo siente esa tensión como una tortura; y ya por dos
veces se ha hecho, con gran estilo, el intento de aflojar el arco, la primera,
por el jesuitismo, y la segunda, por la ilustración democrática: - ¡a la cual le
fue dado de hecho conseguir, con ayuda de la libertad de prensa y de la lectura
de periódicos que el espíritu no se sintiese ya tan fácilmente a sí mismo como
«tortura»! (Los alemanes inventaron la pólvora -¡todos mis respetos por ello!,
pero volvieron a repararlo-, inventaron la prensa.) Mas nosotros, que no somos
ni jesuitas, ni demócratas, y ni siquiera suficientemente alemanes; nosotros los
buenos europeos y espíritus libres, muy libres - ¡nosotros la
tenemos todavía, tenemos la tortura toda del espíritu y la entera tensión de su
arco! Y acaso también la flecha, la tarea y, ¿quién sabe?, incluso el
blanco...
Sils-Maria, Alta Engadina,
en junio de 1885 |
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