-¿Esperas a alguien? -preguntó la chica.
-¿Yo? ¿Me hablas a mí? -preguntó Goyo con aires de
culpabilidad.
-No hay nadie más aquí salvo tú, yo y el aire que respiramos
-dijo ella.
Goyo se quedó cortado. Que le dirigiera la palabra una chica
«mayor» era suficiente como para estar nervioso dos días, pero encima esta chica
en concreto emanaba un yo-qué-sé, una seguridad y confianza al hablar que
dejaron al pobre chico sin pronunciar palabra. Dijera lo que dijera estaba claro
que Goyo parecería un solemne idiota, o por lo menos así se sintió él.
-¿Eres tú quien lanzó esos papeles desde el patio el viernes?
-se atrevió por fin a preguntar.
-Pues no, pero sé quién lo hizo y por eso estoy aquí -dijo
ella.
-Si tú no has sido, ¿quién ha sido entonces? -inquirió el
chico.
-Más que el quién, lo importante es el porqué -dijo ella en
tono misterioso-. Pero bueno, eso lo entenderás en el futuro. Ven, sígueme, voy
a presentarte a un amigo.
Goyo se apresuró a seguirla. Juntos se alejaron del comedor y
se adentraron en los jardines.
-Por cierto, me llamo Angélica -dijo ella girándose hacia él-.
Mis amigos me llaman Lika.
-¿A quién vamos a ver y por qué no acudió a la cita? -preguntó
Goyo.