La campana estaba a punto de sonar y el profesor concedió los
últimos minutos a sus alumnos para que revisaran la ortografía del dictado antes
de entregárselo. Goyo se levantó para salir el primero y así escabullirse de los
insultos de la panda cuando otro papel arrugado vino a caer encima de su
carpeta. Lo cogió precipitadamente. Tras entregar el dictado, abrió el papel y
leyó:
«Claro Que Puedes 1.0 es un programa experimental que
puede liberarte de los acosos que estás sufriendo, ¿quieres probarlo? Si es así,
te espero el lunes en el recreo detrás del comedor. Firmado: Un antiguo A.
A.»
Por primera vez en muchos meses, Goyo abandonó el aula con una
sensación de excitación en lugar de hacerlo con miedo. Los intrigantes mensajes
habían hecho que se olvidara por un momento de su peor pesadilla, los ataques
constantes e indiscriminados de Rafa y sus cuatro amigos o, mejor dicho,
cobardes sirvientes. Goyo era un joven más bien tímido, ni alto ni bajo, ni feo
ni guapo, algo relleno y torpe en sus maneras, por lo que enseguida fue escogido
por Rafa como blanco de toda su ira, su violencia y su venenosa lengua. En
alguna ocasión, Goyo había sido zarandeado por el chico hasta el punto de caer
por las escaleras, pero no se había atrevido a denunciarlo. Pensó que si a
partir de entonces se hacía invisible a los ojos de aquel chico, éste con el
tiempo se olvidaría de él. Pero varios meses habían transcurrido y la táctica de
Goyo no había dado buenos resultados. Los demás chicos de la clase estaban
comenzando a simpatizar con Rafa por considerar que Goyo se había acobardado y
prefería ocultarse como «un gallinator», el último insulto con el que
Rafa le taladraba cuerpo y alma.