No habían pasado ni dos minutos cuando, de pronto, por la misma
ventana por la que había tirado aquella nota, un segundo papel algo más grande y
apelotonado aterrizó sobre la mesa de Goyo. «¿Y esto?», se preguntó
desplegándolo con cuidado de no ser visto por nadie.
«La respuesta es: Claro Que Puedes, o, si lo prefieres: CQP
1.0», leyó. El alumno se quedó pensando unos segundos, intentando averiguar
si aquel segundo papel escrito en mayúsculas con un rotulador grueso azul era
una respuesta a su primer mensaje o una casualidad. «¿Claro que puedes CQP
1.0?, ¿qué narices es esto?», se preguntó absolutamente intrigado.
Intentando hacerse invisible a los ojos de Rafa y del profesor,
Goyo se levantó de su asiento y se asomó rápidamente por la ventana en busca de
una explicación. El patio estaba desierto. No había ni un alma a excepción del
viejo jardinero a unos doscientos metros de allá, por lo que enseguida descartó
que aquel hombre fuera el autor del mensaje. «Además a ese viejo jamás se le
ocurriría usar jerga informática en un mensaje así», pensó.