Lika se detuvo delante de unas jardineras. La tierra había sido
removida y arada con un rastrillo rojo de plástico que descansaba en el
suelo.
-Todo tiene su momento y el tiempo de estos crisantemos ha
llegado -dijo Roge, el jardinero, acercándose con una bandeja de flores-. Tu
tiempo también ha llegado, Goyo -dijo mirando al chico por encima de sus gafas,
a punto de resbalar por su potente nariz.
-Bueno, chicos, os dejo. Tengo cosas que hacer -dijo Angélica
saltando en brazos del jardinero y plantándole dos enormes besos en cada
mejilla-. Adiós, Tío; nos vemos esta noche. Hasta luego, chaval -dijo girándose
hacia Goyo.
-Adiós, Angélica -dijo Goyo algo cohibido.
Una vez a solas, Goyo se sintió incómodo delante del jardinero.
Miró su reloj para ver cuánto tiempo de recreo le quedaba aún: unos diez
minutos.
-Agáchate, ayúdame a plantar estas flores -dijo el hombre-. Me
ha costado un poquito limpiar esta zona, porque se había llenado de malas
hierbas. También en el reino vegetal existen los gamberros que impiden que las
flores crezcan -dijo mirando a Goyo con una sonrisa que dejó al descubierto su
enorme dentadura.