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Era
un joven honesto, sincero, que gustaba de la gente inteligente, de las buenas
conversaciones especialmente sobre temas científicos. No le gustaba echarse
responsabilidades encima, por lo que los problemas de sus amigos le interesaban
solo en la plática y de allí pasaban al olvido. Sus amigas le criticaban por lo
tacaño que era, ganaba buen salario pero nunca invitaba a nadie, así que
empezaron a pensar que no tenía novia para no gastar. Sucedió un día que la fábrica recibió la visita de
Gabriela Vargas, esposa de Víctor Vargas. Era una mujer que pasaba de los cuarenta, menuda de estatura y un
poco gruesa, no era el gran cuerpazo, excepto por su magnífico par de piernas
que paraban el tráfico. Tenía el carácter magnético, irradiaba simpatía por
todos lados, adonde iba saludaba y sonreía opuesta a su esposo a quien
consideraba el hombre más aburrido del mundo. De alma fiestera, amante del baile, el cigarro, la
cerveza y el buen sexo. Iván
y ella se conocían solo de vista, por lo que se quedó pendejo cuando se paró
frente a él y le dijo: "te compro como mi chofer, mi guardaespaldas y mi
amante..." Creyendo que no
era en serio la cosa siguió bromeando con un solemne "Sí, acepto", Gabriela
Vargas lo quedó mirando detenidamente y luego le dijo cuánto estaba dispuesta a
pagarle, una suma realmente tentadora. Iván, que todavía no caía en la cuenta de que era una verdadera
propuesta le preguntó que por qué tan poquito y se echó una
carcajada. Ella se estaba
cansando un poco de ese juego y decidió mantenerse seria. Iván se quedó mirándola, rumiando mentalmente la
situación, lentamente las ideas fueron tomando forma en su cerebro y finalmente
pensó que era cierto, aquello no era una juego, aquella mujer que toda la vida
era el centro de atención a pesar de no ser una supermodelo, y que ocupaba el
pensamiento de varios de sus compañeros de trabajo, estaba allí, plantada frente
a él, ofreciéndole la tierra y el cielo con todo y estrellas; estaba realmente
embrutecido como cuando de niño lo mandaban al pizarrón a resolver aquellos
inevitables problemas de matemática. -¿Y Víctor? -su voz le traicionaba y no salía
bien. -¿Víctor...? ¿Víctor
qué..? Allí está bien, gracias; dame tu respuesta. -¿Y si se entera? -¿Se entera de qué? Mirá, la cuestión es muy simple:
ya no vas a trabajar para él sino que para mí, eso es
todo. -¿Pero por qué
yo? -¿Te
molesta? -No... Pero que yo
sepa, Víctor y vos forman una gran pareja. -Y lo somos. Ajá, ¿sí o no? -Sí. -Bueno
entonces llegá mañana a mi casa, voy a hablar con Víctor para lo de tus
trámites. Adiós. Y como si
hubiera estado negociando verduras en el mercado y no el cuerpo de Iván,
Gabriela Vargas dio la vuelta y salió acompañada de su simpatía
natural. Esa noche se hizo
eterna para Iván. No sabía qué hacer. ¿Cómo se había metido en semejante cosa?
En primer lugar, sabía que los Vargas tenían una reputación sólida, que nunca
habían dado de qué hablar por ningún tipo de problemas. Es más, ni ella ni él
era objeto de chismes. ¿Qué estaba pasando? Y lo otro era ¿por qué se había
comprometido a actuar como amante, (no se acordaba de lo de chofer y
guardaespaldas) si su gran experiencia se reducía a una: la primera, única,
dolorosa, vergonzosa e incontable vez? Hubiera sido preferible el que lo
desvirgaran con el bisturí. La verdad es que ni se acordó de su problema al
momento de dar el sí, cual cándida novia inocente ante el altar. Estaba absorto
contemplando los torneados muslos de Gabriela. Además, su familia no estaría de acuerdo con el
cambio de empleo, él era un estudiante universitario es cierto que el trabajo
dignifica y que somos pobres, Iván, pero vas a ser un simple
chofer.
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