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I
"Te compro como mi chofer, mi
guardaespaldas y mi amante" fueron las palabras que Iván Milla jamás imaginó que
cambiarían su problema de eyaculación precoz y su vida tan intensa e
inesperadamente. Se crió en la ciudad, proveniente de una familia
no adinerada pero sí con la suficiente solvencia para vivir cómodamente. Inició
sus estudios superiores de Ingeniería en la universidad
pública; sin embargo, en espera de una nunca llegada beca, se dedicó a trabajar
en la fábrica de clavos de Víctor Vargas. Ostentaba un buen puesto como supervisor de planta ganando un
sueldo considerablemente más alto que el sueldo mínimo de aquél entonces.
Contaba entonces con
veintiocho años de edad, era bastante alto, grande y fornido, de piel clara. Sus
expresivos y oscuros ojos rodeados de largas pestañas junto con su cabello
ensortijado, le atraían la atención de las mujeres; era buen conversador, con
temas de actualidad, alegre y desinhibido en su
personalidad. Aún así, debido
a su primera experiencia sexual, Iván se vio privado de mantener relaciones
sentimentales y mucho menos sexuales durante mucho tiempo, por lo que puede
decirse que también ostentaba un cierto grado de
virginidad. No implicaba este
estado de castidad que Iván no gustara de las mujeres; era que simplemente en
aquél momento había terminado sin haber siquiera empezado la acción. A pesar de
que la chica, también entonces inexperta, había procurado hacer lo mejor con su
boca y para mayor sufrimiento de Iván, con sus dientes. En fin, fue una atroz situación que en definitiva el
chico pensó no repetir hasta que hubiera encontrado una solución a su extrema
sensibilidad. Consultó
psicólogos, psicoterapeutas, médicos generales y todos le recomendaron desde
condones de los más gruesos hasta mayor frecuencia en la
actividad. De todas maneras,
Iván no quiso arriesgarse a pasar nuevamente por aquella bochornosa deshonra
ante una dama; se dedicó a buscar literatura al respecto, practicó yoga y
meditación con el debido control de la mente sobre el cuerpo, tomó clases de
natación durante los días más fríos del año e ingirió los famosos té de hierbas
que aumentan el vigor sexual, sin olvidar por supuesto las tradicionales
prácticas manuales. Pero Iván
Milla no era un esclavo del sexo, no pasaba obsesionado con la idea de poseer a
toda mujer que se cruzara enfrente. Le gustaba mirar las curvas femeninas, la
ropa ajustada y la belleza de la mujer, pero no pasaba de eso. A criterio de sus
amigas era un chico muy respetuoso, puesto que nunca intentaba nada con ellas;
claro, no sabían la verdadera razón, y para sus amigos o era el pendejo más
pendejo que habían conocido porque les tenía miedo a las mujeres, o era
marica. Se prestó como
voluntario a la escuela para sordomudos, a la que asistía todos los domingos; le
gustaba ese lenguaje especial y la manera más eficiente de aprenderlo era siendo
voluntario.
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