Por la noche
irrumpieron los SS. Llevaban perros y entraban en las casas, una por una,
sacando a la gente a las patadas. Se escuchaban tiros. Gritos. Gritos. Desde el
lugar en donde yo estaba, que era un poco alejado de la plaza, se veía a la
muchedumbre agolparse y se oían los aullidos. La gente, desesperada, corría
buscando a sus familiares. Los padres buscaban a sus hijos, los hijos a sus
padres, las mujeres a sus esposos. Era desesperante. A mi hermano ya se lo
habían llevado en una de las razzias, pero por intermedio de un primo
nuestro sabíamos que estaba vivo, que estaba bien. Mi hermana estaba con el
marido.
Se habían
casado un par de días antes, sabiendo que iba a ocurrir algo y probablemente
tuvieran que separarse cuando todo estallara. Un casamiento breve, en medio de
un clima agobiante. Una salita con un baldaquín, un rabino y algunas personas.
La ceremonia debe haber durado diez o quince minutos, no más. Ahora no lo
recuerdo, pero seguramente no faltó la palabra "Lejáim" (Por la vida). Aunque
estábamos rodeados de muerte y terror.
Yo estaba con
mi madre y mi hermana, adentro de la casa. Cuando vinieron a sacarnos, nos
llevaron a la plaza. Los SS estaban seleccionando gente. A unos los llevaban
hacia la derecha, a los otros, hacia la izquierda. De un lado los que tenían
aspecto de ser más fuertes. Del otro, a los niños, los enfermos, ancianos,
algunas mujeres. El griterío era infernal. No había forma de escapar de allí.
Estábamos completamente rodeados y en estado de shock. No podíamos hacer nada. Yo sostenía a mi
madre de una mano y a mi hermanita de la otra. Entonces uno de los alemanes vino
hacia nosotros, agarró de un brazo a mi hermana y me la arrancó. A mí me
pusieron de un lado y a ella del otro. Mi mamá lloraba e intentaba con fuerza
soltarse de mi mano, para ir a buscar a su hijita. Pero yo no la dejé. No dejé
que se fuera. Me aferré a esa mano, la retuve a mi lado. Fue la última vez que
vi a mi hermana. Tenía doce años. Se la llevaron junto con el resto de la gente
que había quedado de su lado. Se perdieron de vista
Nosotros nos
quedamos en Radom un tiempo más. De veinte mil personas que debíamos ser en el
ghetto, quedamos unas mil. Al resto, los metieron en los trenes y se los
llevaron. A dónde, nunca supe. Pero por cosas que me dijeron después, supongo
que debió haber sido a Treblinka,
que era un campo de exterminio, cerca de Varsovia. Nunca nadie volvió de
ese campo.
Durante
el tiempo que transcurrió este episodio, mataron mucha gente. Había gente muerta
por todas partes. En la calle, en las casas. Uno podía entrar en una casa vacía
y encontrarse con gente muerta adentro. Chicos, niños, mujeres, viejos,
jóvenes.