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¿Por qué no moriste al punto de nacer? ¿Por qué recorres con los pies desnudos ese duro país del sufrimiento? Di, pobre niña, ¿qué, tú no tienes ángel de la guarda? Estás muy triste; nadie endulza tu tristeza. Estás enferma: nadie te cura ni te acaricia blandamente. ¡Ah! ¡Cómo envidiarás a esas niñas felices y dichosas que te vienen a ver, al lado de sus padres! ¡Ellas no han sentido cómo la recia mano de un gimnasta desalmado quiebra los huesos, rompe los tendones y disloca las piernas y los brazos, hasta convertirlos en morillos elásticos de trapo! Ellas no han sentido cómo se encaja en carne viva el látigo del adiestrador que te castiga. Para ellas no hay trabajo duro; no hay vueltas ni equilibrios en la barra fija. ¡Tienen madre!

Di, pobre niña: ¿por qué no te desprendes del trapecio para morir siquiera y descansar? Tú, enferma blanca, triste, paseas lánguidamente tu mirada. ¡Cómo debes odiarnos, pobre niña! Los hombres -pensarás- son monstruos sin piedad, sin corazón. ¿Por qué permiten este cruentísimo suplicio? ¿Por qué no me recogen y me dan, ya que soy huérfana, esa madre divina que se llama la santa Caridad? ¿Por qué pagan a mis verdugos y entretienen sus ocios con mis penas? ¡Ay, pobre niña!, tú no podrás quejarte nunca a nadie. Como no tienes madre en la tierra, no conoces a Dios y no le amas. ¡Te llaman hija del aire; si lo fueras, tendrías alas; y si tuvieras alas, volarías al cielo!

¡Pobre hija del aire! ¡Tal vez duerme ahora en la fosa común del camposanto! La niña mártir de la temporada no trabaja en el trapecio, sino a caballo. Todo es uno y lo mismo.

 
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La hija del aire de Manuel Gutiérrez Najera   La hija del aire
de Manuel Gutiérrez Najera

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