- ¡Cuando se entere de esto, se bañará en
agua de rosas!
Renacía el disgusto, que habíase desvanecido poco
antes, mientras se hallaba en peligro de muerte al atravesar el lago helado.
Recordó que, varias veces, en Cristianía, se había
encontrado a Wangen borracho.
- ¡Y te has permitido ayudar a ese hombre!...
Por último torció por un sendero al fin del cual
se veía, recortándose sobre el monte cubierto de arbolado, la
sombría silueta de Norby. Sólo había dos o tres ventanas
iluminadas en el edificio. Un enorme perro negro precipitóse hacia el
viejo con alegres ladridos, enderezándose sobre sus patas traseras
delante del caballo, que intentaba morderle. Acudió el mozo de cuadra con
un farol en la mano, y tomó el caballo por el freno, mientras Norby,
entumecido por haber estado tanto tiempo sentado, se levantaba trabajosamente y
salía del trineo. En el amplio patio de la granja, cerrado por tres de
sus lados por las cuadras y los establos, serpentearon en la nieve regueros de
luz, reflejos de los faroles que llevaban de acá para allá, afuera
o detrás de las vidrieras. A la izquierda del granero había una
casita aislada. Vivían allí los asilados, algunos servidores
ancianos a quienes Norby no quería dejar a cargo del concejo.
- ¡Échale una manta al Negro!... ¡Y
cuidado con darle de beber en seguida! - dijo el viejo al mozo de cuadra.
Luego, con la fusta en la mano, subió la escalinata
golpeándose las botas; seguíale el perro.