Como Norby era un cascarrabias que no trataba con muchos
miramientos a los demás, se figuraba que las gentes estaban pendientes de
sus descalabros para atacarle y burlarse de él. Cuando hacía un
negocio ventajoso en madera, lo primero que pensaba con una especie de
satisfacción, era esto: «Me envidiarán de todo
corazón.» Si el negocio era malo, no lloraba su dinero, lo enviaba
noramala; lo que le hacía daño era el decirse: «¡Lo
que es ahora, sí que se estarán bañando en agua de
rosas!»
Vedle en medio del hielo; abandona el espejo de fuego y se
oculta en la parte obscura del lago. El caballo oye una esquila hacia la orilla,
alza la cabeza sin acortar el paso y relincha.
- ¡Si no resistiese el hielo! - dice Norby para
sí, estremeciéndose.
Un día, su padre, anciano y ricachón aldeano,
conducía a través del Mjös una enorme carga de sillares. Como
el hielo comenzaba a crujir y a ceder bajo su peso, pensó el viejo que le
costaría demasiado deshacerse de una de aquellas preciadas piedras para
aligerar su trineo. Se hincó de rodillas y dirigió a Nuestro
Señor esta corta oración: «Si me llevas a tierra sano y
salvo, le daré al pastor, como ofrenda, diez barriles de mi mejor
cebada.»
Llegó a la orilla, pero, una vez en la playa,
miró el hielo y dijo sonriendo: «¡Lo pasé!...» Y
el pastor no vio la cebada...