Empezaba a anochecer cuando Knut Norby regresaba a su casa en 
su trineo de un asiento, después de una reunión de la junta 
directiva de la escuela. Hacía unos días que el hielo del 
Mjös no estaba muy seguro, y había prometido a su mujer volverse por 
la carretera. Pero, contrariedades de todo género sufridas en el 
transcurso del día, irritaron sus nervios; y al llegar al promontorio que 
se internaba en las aguas, aflojó las riendas y entró en el lago. 
«¡El hielo ha sostenido a otros antes de ahora - pensaba - Y 
también me sostendrá a mí!» El caballo enderezaba las 
orejas y se aventuraba, receloso, por los témpanos; pero Knut le 
propinó un fustazo, y el trineo prosiguió entre continuos saltos, 
hasta encontrarse en la superficie lisa y llana. 
Cuando una contrariedad sigue inmediatamente a otra, parece a 
veces como si recibiese uno un golpe precisamente en el sitio en que tiene una 
herida. En primer lugar, el viejo había sido derrotado en la 
sesión de la junta directiva ¡y derrotado por aquel miserable 
director de la escuela primaria superior! En medio de su disgusto, fue su yerno 
a pedirle un nuevo anticipo sobre la herencia, y al oír esta demanda 
hecha en semejante momento, tuvo el viejo la sensación de ser 
víctima de una verdadera extorsión. Y, cuando, por 
añadidura, supo una hora después que Wangen, el comerciante, 
había quebrado, la pérdida de las dos mil coronas cuyo pago 
garantizara constituyó una desgracia que le llenó de angustia.
- ¡Pronto tendré que mantener a medio pueblo! 
Porque la gente no piensa más que en estudiar el medio de despojarme de 
mi último céntimo...