https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Los tres mosqueteros" de Alejandro Dumas (página 6) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Jueves 01 de mayo de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  5  (6)  7  8  9 
 

-¡Así se ríe del caballo quien no osaría reírse del amo! -exclamó el émulo de Tréville, furioso.

-Señor -prosiguió el desconocido-, no río muy a menudo, como vos mismo podéis ver por el aspecto de mi rostro; pero procuro conservar el privilegio de reír cuando me place.

-¡Y yo -exclamó D'Artagnan- no quiero que nadie ría cuando no me place!

-¿De verdad, señor? -continuó el desconocido más tranquilo que nunca-. Pues bien, es muy justo -y girando sobre sus talones se dispuso a entrar de nuevo en la hostería por la puerta principal, bajo la que D'Artagnan, al llegar, había observado un caballo completamente ensillado.

Pero D'Artagnan no tenía carácter para soltar así a un hombre que había tenido la insolencia de burlarse de él. Sacó su espada por entero de la funda y comenzó a perseguirle gritando:

-¡Volveos, volveos, señor burlón, para que no os hiera por la espalda!

-¡Herirme a mí! -dijo el otro girando sobre sus talones y mirando al joven con tanto asombro como desprecio-. ¡Vamos, vamos, querido, estáis loco!

Luego, en voz baja y como si estuviera hablando consigo mismo:

-Es enojoso -prosiguió-. ¡Qué hallazgo para su majestad, que busca valientes de cualquier sitio para reclutar mosqueteros!

Acababa de terminar cuando D'Artagnan le alargó una furiosa estocada que, de no haber dado con presteza un salto hacia atrás, es probable que hubiera bromeado por última vez. El desconocido vio entonces que la cosa pasaba de broma, sacó su espada, saludó a su adversario y se puso gravemente en guardia. Pero en el mismo momento, sus dos oyentes, acompañados del hostelero, cayeron sobre D'Artagnan a bastonazos, patadas y empellones. Lo cual fue una diversión tan rápida y tan completa en el ataque, que el adversario de D'Artagnan, mientras éste se volvía para hacer frente a aquella lluvia de golpes, envainaba con la misma precisión, y, de actor que había dejado de ser, se volvía de nuevo espectador del combate, papel que cumplió con su impasibilidad de siempre, mascullando sin embargo:

-¡Vaya peste de gascones! ¡Ponedlo en su caballo naranja, y que se vaya!

-¡No antes de haberte matado, cobarde! -gritaba D'Artagnan mientras hacía frente lo mejor que podía y sin retroceder un paso a sus tres enemigos, que lo molían a golpes.

-¡Una gasconada más! -murmuró el gentilhombre-. ¡A fe mía que estos gascones son incorregibles! ¡Continuad la danza, pues que lo quiere! Cuando esté cansado ya dirá que tiene bastante.

Pero el desconocido no sabía con qué clase de testarudo tenía que habérselas; D'Artagnan no era hombre que pidiera merced nunca. El combate continuó, pues, algunos segundos todavía; por fin, D'Artagnan, agotado dejó escapar su espada que un golpe rompió en dos trozos. Otro golpe que le hirió ligeramente en la frente, lo derribó casi al mismo tiempo todo ensangrentado y casi desvanecido.

En este momento fue cuando de todas partes acudieron al lugar de la escena. El hostelero, temiendo el escándalo, llevó con la ayuda de sus mozos al herido a la cocina, donde le fueron otorgados algunos cuidados.

En cuanto al gentilhombre, había vuelto a ocupar su sitio en la ventana y miraba con cierta impaciencia a todo aquel gentío cuya permanencia allí parecía causarle viva contrariedad.

-Y bien, ¿qué tal va ese rabioso? -dijo volviéndose al ruido de la puerta que se abrió y dirigiéndose al hostelero que venía a informarse sobre su salud.

-¿Vuestra excelencia está sano y salvo? -preguntó el hostelero.

-Sí, completamente sano y salvo, mi querido hostelero, y soy yo quien os pregunta qué ha pasado con nuestro joven.

-Ya esta mejor -dijo el hostelero-: se ha desvanecido totalmente.

-¿De verdad? -dijo el gentilhombre.

-Pero antes de desvanecerse ha reunido todas sus fuerzas para llamaros y desafiaros al llamaros.

-¡Ese buen mozo es el diablo en persona! -exclamó el desconocido.

-¡Oh, no, excelencia, no es el diablo! -prosiguió el hostelero con una mueca de desprecio-. Durante su desvanecimiento lo hemos registrado, y en su paquete no hay más que una camisa y en su bolsa nada más que doce escudos, lo cual no le ha impedido decir al desmayarse que, si tal cosa le hubiera ocurrido en París, os arrepentiríais en el acto, mientras que aquí sólo os arrepentiréis más tarde.

-Entonces -dijo fríamente el desconocido-, es algún príncipe de sangre disfrazado.

-Os digo esto, mi señor -prosiguió el hostelero-, para que toméis precauciones.

 
Páginas 1  2  3  4  5  (6)  7  8  9 
 
 
Consiga Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas   Los tres mosqueteros
de Alejandro Dumas

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com