De alguna
manera, todo es elaboración del lenguaje: "Las enfermedades del alma son enfermedades
del lenguaje", sentenció, no sin razón, Nietzsche. Y yo tengo que elegir
entre dos palabras: o chronos o kairós.
Pues ya lo
digo: pretendo vivir cada día mi kairós.
Experimentar el momento, transcendiendo el tiempo, eso es la felicidad, y
también la experiencia mística": Mi
amado, las montañas, los valles solitarios, nemorosos, las ínsulas extrañas, los
ríos sonorosos, el silbo de los aires amoroso...", cantó en su arrobo
místico San Juan de la Cruz, así, sin verbos, sin pasado ni futuro, ni antes, ni
después: sólo el presente total, pleno, plenificante, desbordante, cósmico y
azul...
El tiempo es
sólo autoconsciencia, creación subjetiva de la consciencia personal, que se
objetiviza en las hojas del almanaque, y en las de los árboles.. Pero, en
realidad, el tiempo solamente existe en el acto de pensarlo.
Lo que sí
existe es el cambio, el recambio de las hojas de los árboles, las noches tras de
los días, las albas y los ocasos, las estaciones con todas las variantes que
refleja nuestro fenotipo y nuestro sistema neurovegetativo y endocrino. Y es a
la consciencia de esos cambios y sucesiones a lo que llamamos tiempo. Un hilo
tan sutil como el que pasa del "higo a la breva", que es una regla medicional de
la cultura rural.