20 de
septiembre
Septiembre
tiene mucho de muerte. Envejecen los días, hasta ahora deslumbrantes, y se hacen
achacosos por los prematuros atardeceres... El sol ya no refulge ni enceguece,
sino que se desangra en el cielo, que ya tampoco es plata bruñida y reluciente,
sino plomo cansado. El mar se viste en gris y va quedando en el olvido. Lo digo
sin dramatismo: septiembre tiene mucho de muerte... Y de vida también, que son
acontecimientos existenciales superpuestos, morir y revivir, remorir y renacer
en cada hora o minutos, respirar (que es vida) y expirar (que es muerte) en
sucesión incesante, permanente, al ritmo musical de los latidos del alma, como
oleajes desmayados en las arenas solitarias de la bajamar de
septiembre...
Y ya que
escribía ayer posicionándome entre fechas, días y estaciones, quiero hoy
consignar mi convicción rebelde y contrariada de que hemos generado un concepto
de tiempo excesivamente mercantil: ahorrar tiempo, ganar o perder tiempo,
invertir el tiempo, tener o no tener tiempo: "El tiempo es oro", o más
explícitamente, como lo dicen los ingleses, "Time is money", es moneda de cambio.
Los griegos clásicos se referían al tiempo con dos palabras "Chronos", el tiempo del reloj, que
transcurre progresivamente y se experimenta con la angustia avariciosa de
aprovecharlo o de perderlo. La otra palabra es "Kairós", el tiempo como oportunidad,
como suerte, para vivirlo, para disfrutarlo, para nadar en él, o flotar, como en
el mar de las inmensidades ilimitadas.