-¿Qué os parece si, entre todos, tomásemos a nuestro cuidado a
la hija mayor, que tiene ahora nueve años, edad que requiere más atención de la
que su pobre madre puede dedicarle? Las molestias y gastos consiguientes no
representarían nada para ellos, comparados con la bondad de la acción.
Lady Bertram estuvo de acuerdo en el acto.
-Creo que no podríamos hacer nada mejor -dijo-; mandaremos por
la niña.
Sir Thomas no pudo dar un consentimiento tan instantáneo y
absoluto. Reflexionaba y vacilaba. Aquello representaría una carga muy seria.
Encargarse de la formación de una muchacha en aquellas condiciones implicaba el
proporcionarle todo lo adecuado, pues de lo contrario sería crueldad y no bondad
el apartarla de los suyos. Pensó en sus propios cuatros hijos, en que dos de
ellos eran varones, en el amor entre primos, etc.; pero, apenas había empezado a
exponer abiertamente sus reparos, la señora Norris le interrumpió para
rebatirlos todos, tanto los que ya habían sido expuestos como los que todavía
no.
-Querido Thomas, te comprendo perfectamente y hago justicia a
la generosidad y delicadeza de tus intenciones, que, en realidad, forman un solo
cuerpo con tu norma general de conducta; y estoy completamente de acuerdo
contigo en lo esencial, como es lo de hacer cuanto se pueda para proveer de lo
necesario a una criatura que, en cierto modo, ha tomado uno en sus manos; y
puedo asegurar que yo sería la última persona del mundo en negar mi óbolo para
una obra así. No teniendo hijos propios, ¿por quiénes iba yo a procurar, de
presentarse alguna menudencia que entre dentro de mis posibilidades, sino por
los hijos de mis hermanas? Y estoy segura de que mi esposo es demasiado justo
para... Pero ya sabes que soy persona enemiga de parloteo y chismerías. El caso
es que no nos arredre la perspectiva de una buena obra por una minucia. Dale a
una muchacha buena educación, preséntala al mundo de debida forma, y apuesto
diez contra uno a que estará en posesión de medios suficientes para casarse
bien, sin ulteriores gastos para nadie. Una sobrina nuestra, Thomas, o cuando
menos una sobrina vuestra, bien puede decirse que no tendría pocas ventajas al
crecer y formarse en los medios de esta vecindad. No diré que vaya a ser tan
guapa como sus primas. Me atrevería a decir que no lo será. Pero tendría ocasión
de ser presentada a la sociedad de esta región en circunstancias tan favorables
que, según todas las probabilidades humanas, habrían de proporcionarle un
honroso casamiento. Piensas en tus hijos, pero ¿no sabes tú bien que, de cuantas
cosas pueden ocurrir en el mundo, ésa es la menos probable, después de
haberse criado siempre juntos como hermanos? Es algo virtualmente imposible.
Nunca supe de un solo caso. De hecho, es el único medio seguro para precaverse
contra este peligro. Vayamos a suponer que es una linda muchacha y que Tom o
Edmund la ven por primera vez dentro de siete años: casi me atrevería a afirmar
que entonces sería perjudicial. La mera reflexión de que se hubiera consentido
que creciera tan distanciada de todos nosotros, pobre y necesitada, bastaría
para que cualquiera de los dos tiernos y bondadosos muchachos se enamorase de
ella. Pero, edúcala junto a ellos desde ahora y, aun suponiendo que tuviera la
hermosura de un ángel, nunca representará para tus hijos más que una
hermana.