Sus respectivos puntos de residencia eran tan distantes y los
medios en que se desenvolvían tan distintos como para que se considerase casi
excluida toda posibilidad de tener siquiera noticia de sus vidas unos de otros,
en el curso de los once años que siguieron, o al menos para que sir Thomas se
maravillase de veras de que la señora Norris tuviera la facultad de
comunicarles, como hacía de cuando en cuando con voz irritada, que Fanny tenía
otro bebé. Al cabo de once años, sin embargo, la señora Price no pudo seguir
alimentando su orgullo o su resentimiento, o no se resignó a perder para siempre
a unos seres que quizá pudieran ayudarla. Una familia numerosa y siempre en
aumento, un marido inútil para el servicio activo, aunque no para las tertulias
de amigos y el buen licor, y unos ingresos muy menguados para atender a sus
necesidades, hicieron que deseara con avidez ganarse de nuevo los afectos que
tan a la ligera había sacrificado; y se dirigió a lady Bertram en una carta que
reflejaba tal contrición y desaliento, tal superfluidad de hijos y tal escasez
de casi todo lo demás, que su efecto no pudo ser otro que el de predisponerlos a
todos a una reconciliación. Precisamente, se hallaba en vísperas de su noveno
alumbramiento; y después de deplorar el caso e implorar que quisieran ser
padrinos del bebé que esperaba, sus palabras no podían ocultar la importancia
que ella atribuía a sus parientes para el futuro sostenimiento de los ocho
restantes que ya se encontraban en el mundo. El mayor de los hijos era un
muchacho de diez años, excelente y animoso chaval, ansioso de lanzarse a correr
mundo; pero, ¿qué podía hacer ella? ¿Había acaso alguna probabilidad de que
pudiese ser útil a sir Thomas en el negocio de sus propiedades de las Antillas?
¿O qué le parecería Woolwich a sir Thomas? ¿O cómo podía enviarse un muchacho a
Oriente?
La carta no resultó infructuosa. Restableció la paz y el mutuo
afecto. Sir Thomas cursó amables consejos y recomendaciones, lady Betteam envió
dinero y pañales y la señora Norris escribió las cartas.
Éstos fueron los efectos inmediatos, y antes de que
transcurriese un año la señora Price obtuvo alguna ventaja más importante aún.
La señora Norris manifestaba a los otros, con harta frecuencia, que no podía
quitarse de la cabeza a su pobre hermana y a su familia y que, no obstante lo
mucho que todos habían hecho por ella, parecía que necesitaba todavía más; y al
fin no pudo menos que expresar su deseo de que se aliviase a la señora Price de
uno de los muchos hijos que tenía.