Lector amigo: te ofrezco este librejo, escrito para tu regalo y para el mío. No lo dedico ni a la fortuna ni a la gloria -la fortuna es una doncella que, hace seis mil años, corre tras los jóvenes, la gloria es una vivandera que no se complace sino con los soldados. Soy viejo, no he muerto a nadie, y por eso no tengo más deseo que buscar la verdad a mi modo, y decirla a mi manera. Si no tengo toda la gravedad de un buey, de un ganso, o de un... (escoge el nombre que quieras), perdóname; los primeros actos de la vida nos han hecho llorar lo bastante para que, nos sea permitido reír antes que caiga el telón. Cuando se han perdido las ilusiones de los veinte anos, no se toma a lo serio ni la comedia, ni los comediantes.
Si este librejo te agrada, bueno; si te escandaliza, tanto mejor; si lo arrojas, no tienes razón; si lo comprendes, eres más ducho que Maquiavelo. Hazlo el breviario de tus horas perdidas, que no tendrás de qué arrepentirte: Non est hic piscis omnium. Las paradojas de la víspera son las verdades del día siguiente. ¡Al buen entendedor, salud!
Algún día, quizá, verás a la débil luz de mi linterna, la fealdad de los ídolos que adoras hoy día; quizá también, más allá de la sombra decreciente, apercibas en todo el encanto de su inmortal sonrisa, a la Libertad, hija del Evangelio, hermana de la Justicia y de la Piedad, madre de la Igualdad, de la Abundancia y de la Paz. Ese día, lector amigo, no dejes extinguir la llama que te confío; alumbra, ilumina a esa juventud que nos apura ya y nos empuja, preguntándonos el camino del porvenir. ¡Ojalá que ella sea más loca que sus padres, pero de otra manera! Tal es mi deseo y mi esperanza.
Con esto, ruego a Dios te libre de ignorantes y de tontos. En cuanto a los malos, ese, es tu cuento; la vida es un entrevero: has nacido soldado, defiéndete; o mejor dicho, recupera de los americanos la antigua divisa de la Francia: ¡Adelante, siempre y en todas partes! ¡Adelante!