De repente, un grito de Juan le hizo volver la cabeza y correr
a la carretera donde los dos niños andaban a la greña siguiendo a
un carruaje retardado.
- ¡Vamos a casa! -les dijo.- Es ya hora de ir a
dormir.
Los niños no le contestaron siquiera, atareados como
estaban en ver cual de los dos se encaramaba primero a la trasera del carruaje;
mas en aquel momento, púsose de pie uno de los hombres que lo ocupaban, y
volviéndose arrojó dos sueldos a los niños. La
huérfana vio que junto con las monedas de cobre había caído
de las manos del forastero un céntimo, un céntimo nuevo, flamante,
que brilló como una chispa de fuego, y se inclinó para tomarlo,
mientras sus hermanos miraban cada uno su sueldo, a la incierta claridad del
crepúsculo, y el carruaje desaparecía envuelto en nubes de
polvo.
-Tu sueldo es falso -dijo José.
-No, no es falso - gimoteó Juanito.
-Ve a comprar algo con él y te convencerás.
-No, no es falso, ¿verdad, Clarita? Dímelo
tú; ¿es falso?
La buena hermana tomó la moneda y hubo de convencerse de
que no tenía ninguna semejanza con los sueldos que ella había
visto hasta entonces.