El niño quedóse cortado, sin saber qué
responder, pues no había entendido al patizambo.
-¿Quién te ha dicho que vengas a
traérmelo?
-Mi hermana, porque como usted hace alfileres...
-Pero ya te he dicho que éste no es un centavo de la
Argentina. ¿Qué quieres que haga yo con esta moneda? Yo tomo los
centavos de la Argentina, porque tienen una bonita figura cuya cara plateo, doro
el yelmo y resulta un alfiler de magnífico efecto; pero de esta moneda no
sé qué hacer.
Y la arrojó sobre el banco que hacía las veces de
mostrador. El sonido que produjo al caer no fue precisamente lo que
obligó a Juanito a volver la cabeza, entre sorprendido y asustado, al
rincón ocupado por el lecho, donde había una especie de figura
humana, inmóvil en la sombra, que a causa de la escasa luz el niño
no había visto; la figura de un viejo de luenga barba y sombrero de
anchas alas.
De entre aquella barba y aquel sombrero, había salido la
voz de ventrílocuo que espantó a Juanito, pronunciando estas dos
palabras:
-¡Trae aquí!