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Todos los días salía a visitar alguno de los monumentos que
cubrían la llanura; y una tarde, que, ocupado mi espíritu en serias reflexiones,
me había adelantado hasta el Valle de los Sepulcros, subí a las alturas que le
rodean y desde las cuales a un mismo tiempo domina la vista la totalidad de las
ruinas y la inmensidad del desierto...Acababa de ponerse el sol, y una zona
rojiza marcaba todavía su curso en el horizonte lejano de los montes de Siria;
la luna llena se levantaba por el oriente, sobre un fondo azulado, en las
riberas planas del Eufrates; el cielo estaba despejado, el aire en calma; la luz
moribunda del día aminoraba el horror de las tinieblas; la frescura de la noche
calmaba el fuego de la abrasada tierra, y los pastores habían retirado sus
camellos; la vista no percibía ya movimiento alguno sobre la llanura monótona y
sombría; un silencio profundo reinaba en el desierto, y sólo a intervalos
remotos oíanse los lúgubres acentos de algunos pájaros nocturnos y de algunos
chacales... Las sombras se aumentaban y ya no distinguían mis ojos en los
crepúsculos más que la blancura de las columnas y de los muros... Estos lugares
solitarios, esta noche apacible, esta escena majestuosa, imprimieron en mi ánimo
un recogimiento religioso. El aspecto de una gran ciudad desierta, la memoria de
los pasadios tiempos, la comparación del estado actual, todo elevó mi mente a
las más sublimes reflexiones. Sentado sobre el fuste de una columna, apoyando el
codo sobre mi rodilla, sostenida la cabeza con la mano y dirigiendo mis miradas
alternativamente al desierto y a las ruinas, me entregué a una profunda
meditación. |
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Las ruinas de Palmira
de Conde de Volney
ediciones elaleph.com
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