Y
todo eso a través de una táctica de cuatro o cinco horas de meditación diarias
que no son la simple lectura: «en el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí
me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga» [76],
principio que se repite al explicar el 2º modo de orar [254] «si hallare tan
buena materia que pensar y gusto y consolación, no se cure (cuide) pasar
adelante aunque se acabe la hora en aquello que halla».
En
los evangelios hay algo que va en esta línea de los afectos y de la voluntad.
Por ejemplo: Mt y Mc traen la pena de Jesús en Getsemaní: «Mi alma está triste hasta la muerte» y
Jesús pide a los suyos velar y rezar. Después ya no hablan de sus sentimientos.
Lc, que es el evangelista del corazón (Hijo pródigo y Buen Samaritano) no habla
de la tristeza de Getsemaní, ni cuenta la coronación de espinas, ni la
flagelación; sí habla de las mujeres que lloran cuando Jesús va camino del
Gólgota. En resumen: los Evangelios no se preocupan de la participación
afectiva. Se preocupan de la fe y la conversión. En los Ejercicios la conversión
se supone y se busca el corazón. Pero esto no debe sustituir a la fe. La emoción
está al servicio de la fe.
En
la práctica, en los Ejercicios se atiende a los hechos y es fácil olvidarse de
la exégesis. Hay que ir a los hechos, a la historia: «la
persona que da a otro modo y orden para meditar o contemplar debe narrar
fielmente la historia de la tal contemplación o meditación» [2]. En los Ejercicios está la actitud de un creyente
medieval: interesan los hechos. Por ejemplo: La 1