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Son muy pocas las personas de rango acostumbradas a transitar a pie por estos fatigosos caminos, bajo condiciones climáticas tan diversas durante quince a veinte días. Por consiguiente, es usual hacerse llevar por hombres provistos de una silla atada a sus espaldas. Dado el actual estado del paso por el Quindio sería imposible recorrerla en mula. Por esta razón, en este país se habla de viajes sobre la espalda de un hombre (andar en carguero), del mismo modo que en otras partes se habla de un viaje a caballo. El oficio de carguero no se considera denigrante y quienes lo practican no son indios sino metis (mestizos) y a veces blancos. A menudo, presenciamos estupefactos en medio de la selva discusiones entre hombres desnudos dedicados a este menester tan deshonroso a nuestros ojos, porque uno le negaba al otro que aseguraba tener piel más blanca, el altisonante título de Don o Su Merced. De ordinario, los cargueros transportan seis o siete arrobas (setenta y cinco kilos de peso) y algunos son tan robustos que pueden cargar nueve arrobas. Si consideramos el enorme esfuerzo que estos desdichados deben realizar durante ocho a diez horas cada día en esa región montañosa, si tenemos en cuenta que acaban con deformaciones del dorso como los animales de carga, que a menudo los viajeros son terriblemente crueles cuando ellos enferman y capaces de dejarlos tirados en medio del bosque, más aún, que en un viaje de Ibagué a Cartago de unos quince hasta veinticinco o treinta días, no ganan más de 12 a 14 pesos (unos 60 a 70 fr.) nos cuesta comprender que la gente joven y fuerte, radicada al pie de esta montaña, acepte libremente el oficio de carguero, el más arduo de todos los que puede elegir el hombre. Sólo el afán de llevar una vida de vagabundeo, aparentemente más libre y la idea de una cierta independencia en los bosques les hace preferir esta ocupación fatigosa a los trabajos monótonos de la ciudad donde se ven obligados a permanecer sentados.

 
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de Alexander von Humboldt

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