Nicolás y Olga comprendieron, al punto, lo que era allí la
vida; pero callaron. Colocaron en un rincón el equipaje y salieron de la casa.
El aspecto de la inmediata era también muy pobre; pero la de más allá -la última
de la fila- tenía tejado de cine y cortinas en las ventanas. Estaba aislada y
carecía de cerca. Era un mesón. En la paz taciturna del campo erguíanse sauces,
saúcos y serbales. Más allá veíase el río, de orillas altas y pedregosas. Había,
esparcidos por tierra, multitud de tiestos, de pedazos de ladrillo rojo y de
montones de basura. Al otro lado del río se extendía una vasta pradera color
verde claro, segada ya, en la que pasaban numerosos caballos, cerdos y vacas. A
la derecha, sobre una colina, agrupábase un caserío entre la iglesia, de cinco
cúpulas, y la casa señorial.
-¡Qué bien se está aquí!-dijo Olga, persignándose al mirar a la
iglesia- ¡Qué tranquilidad, Dios mío!
En aquel momento se oyó tocar a vísperas -era sábado-. Dos
niñas que llevaban un cántaro de agua se detuvieron para oír las campanas.
-Es la hora de comer en el Hotel Eslavo -dijo Nicolás con
melancolía.
Sentados en la orilla escarpada del río, Nicolás y Olga
contemplaban la puesta del Sol, cuyos fulgores de oro y púrpura se reflejaban en
el agua, en las ventanas de la iglesia, en el ciedo, en el aire, sereno y puro,
como nunca lo habían visto en Moscú. Ya puesto el Sol, el rebaño pasó mugiendo,
pasaron las manadas de ocas... La suave luz crepuscular se extinguía en el aire;
descendía, lenta, la noche.
Entre tanto, habían vuelto a casa el padre y la madre de
Nicolás, flacos, encorvados, sin dientes, ambos de la misma estatura, y las dos
cuñadas, María y Fekla, que trabajaban en una finca de la otra ribera. María, la
mujer de Kiriak, tenía siete hijos, y Fekla, la mujer de Dionisio -a la sazón
soldado-, dos. Cuando Nicolás entró en la choza y vió a la familia; cuando vio
todos aquellos cuerpos de diversos tamaños que se agitaban en las cunas, en
todos los rincones del camaranchón; cuando vio el ansia con que las mujeres y el
viejo comían pan negro mojado en agua, comprendió que había hecho mal en irse
allí, enfermo, sin dinero y, por añadidura, con la impedimenta de su hija y su
mujer.
-¿Dónde está mi hermano Kiriak? -preguntó, acabados los
saludos.